Lo dijo Montesquieu que de
esto sabía un rato: la primera característica y la producción
mayor de la tiranía es el aislamiento, la fragmentación de
cualquier forma de socialidad a resultas del temor y la sospecha que
la tiranía da en generalizar. El aislamiento se vuelve así una
categoría central y consigue separar tanto al tirano de sus súbditos
como a éstos mismos entre sí.
Como consecuencia o a la
par de este aislamiento, aparecen dos rasgos más que sólo
aparentemente se contradicen. Se trata de la comparecencia simultánea
de fuerza e impotencia.
En efecto, el tirano puede
ser fuerte, y también pueden serlo, por separado, sus súbditos,
pero como ha explicado Hannah Arendt, no se debe confundir la fuerza
con el poder... puesto que propiamente, el poder, “sólo
surge de la pluralidad, del actuar y hablar juntos, que es la
condición de todas las formas de organización política”1.
Así en la medida en que
la fuerza del tirano no logra articularse con una comunidad, no
genera poder sino impotencia.
Si pensamos juntamente
esos tres rasgos intímamente relacionados entre sí: aislamiento,
fuerza e impotencia... obtendremos de inmediato la imagen
perfecta del atasco. ¿Qué otra cosa es toda autopista atascada que
una precisa combinación de aislamiento, fuerza e impotencia?
Tanto es así que cabría
preguntarse si acaso esa trabazón de aislamiento, fuerza e
impotencia no nos podría servir para pensar la estupidez y en
consecuencia la consistencia misma de la inteligencia.
Nos
servirá también para reconsiderar lo que se ha llamado, con más o
menos fortuna, empoderamiento.
Sabremos
ahora que
habrá que ir con
cuidado para no limitarnos a dar "fuerza" -repartiendo
armas de fuego por doquier- sin advertir que no por ello acceden a
poder alguno. Semejantes inyecciones de fuerza no merecen propiamente
el nombre de empowerment, antes bien lo que sugieren es un exabrupto
de fuerza mal distribuida, lo dice Arendt así de bonito cuando las
describe como “fuerzas impotentes que se agotan en sí mismas, a
menudo espectacular y vehementemente sin dejar nunca de ser futiles y
sin dejar detrás suyo rastro alguno de monumentos ni historias”2.
El
verdadero “empowerment” tendra que deshacer el atasco de
aislamiento, fuerza e impotencia en el que nos achicharramos. Y para
ello no habrá más remedio que recuperar nuestra capacidad para
auto-organizarnos en comunidades modales que repartan juego y
produzcan autonomía, produzcan un poder que emerge del co-munere
-del desempeñar juntos una función, un deber- y sólo en él
pervive. Un poder cuya “única limitación es la existencia de otra
gente, pero esta limitación no es accidental, puesto que el poder
humano está en estricta correspondencia, para empezar, con la
condición de la pluralidad”3.
El atasco y la tiranía se
rompen sólo desde la auto-organización y como hemos aprendido de la
Panarquía, la auto-organización sucede orientándose sucesiva o
simultáneamente hacia la revuelta y la memoria.
Revuelta para poner en
juego la pluralidad de disposiciones que se encontraban anquilosadas
y fuera de uso.
Memoria para redescubrir
todo aquello que ya estaba ahí: en la cuneta de las carreteras o en
la cuneta de nuestros propios cuerpos, vehículos y gadgets.
El atasco se rompe
generando modos de relación capaces de ofrecernos no sólo sentido y
orientación sino una muestra de lo que podemos hacer y lo que
acaso tenemos que hacer.
1
Hannah Arendt, The human Condition, pág. 201
2
… impotent forces that spend themselves, often spectacularly and
vehemently but in utter futility, leaving behind neither monuments
nor stories
3
The only indispensable material factor in the generation of power
is the living together of people...
isolation,
power springs up between men when they act together and vanishes the
moment they disperse H. Arendt, The human Condition, pág. 201
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