martes, 16 de junio de 2009

Teodiceas y telarañas.

Pascal vs. Spiderman


El término del bien es un mal y el término del mal es un bien

(La Rochefoucauld, a.k.a. Doctor Oktopus)


El campo de las teodiceas, es decir, de las teorías sobre el origen del mal, no es que sea uno de los sectores que más inversiones recibe. Y ya es extraño porque descubrir el origen del mal sería todo un puntazo y nos quitaría unos cuantos quebraderos de cabeza. Con todo y pese a la falta de apoyo institucional, las teodiceas no han dejado de comparecer camufladas en libros de filosofía y películas de superhéroes.
Desde el primero de los frentes, Pascal dejó dicho, como es notorio, que el hombre no era ni un angel ni un demonio, pero que se podía transformar en un demonio precisamente cuando pretendía comportarse como un angel.
Si bien esta recurrida afirmación de Pascal se suele usar para denostar los regimenes políticos basados en elevados ideales y concepciones igualitarias, en el fondo lo que sostiene el filosofo es que el resultado de llevar a sus extremos cualquier sistema moral, el resultado de la tolerancia cero en cualquier discurso moral –no otra cosa sería un angel- nos convierte en auténticos demonios. Obviamente en semejante afirmación se contiene toda una teoría del mal: el mal pascaliano surge de una concepción en exceso rigida, rigorista, del bien, de cualquier bien. Cuando se sostiene una concepción semejante, cuando se es fundamentalista, da uno en ser bueno de una forma mala, como solía decir Musil, al ser manifiestamente incapaz de hacer generativo el discurso moral, de adaptarlo a las circunstancias cambiantes y de no fijar sus conclusiones con total independencia de las situaciones reales y sus complejidades, del análisis concreto de la realidad concreta.
Según Pascal, por tanto en nombre de la Democracia y la Libertad se puede invadir un país, y como si de una tropa de angeles exterminadores se tratara se puede ocupar militarmente ese país. Cuando sus gentes no se someten y se procede a la detención y tortura de millares de personas, quizá el angel se convierta en demonio. Seguramente esto sea así, si atendemos a Pascal, porque el angel iba un poco sobrado respecto a su angelical condición y porque al cabo, la concepción de un Bien y un Mal netamente diferenciados quizá no sea tan sencilla.


La tercera entrega de la saga cinematográfica de Spiderman, realizada en la peor época de la invasión de Irak, justo cuando acaban de salir a la luz las escabrosas imágenes de Abu Grahib, se ha construido, precisamente, en torno a la reflexión sobre esa imposibilidad de localizar el Bien y el Mal de forma clara. Los delincuentes en la peli de Spiderman son tipos con mala suerte, y Spiderman mismo –con lo buena gente que es- puede llegar a convertirse en un macarra francamente enojoso. ¿Cómo puede ser eso?.
Pues resulta que un buen día, sale Spiderman en su moto a dar una vuelta con su novia por el campo cuando de repente cae una especie de meteorito procedente del espacio exterior, de ese meteorito emerge una especie de chapapote animado que se pega primero en la motocicleta del heroe y luego se le pega al cuerpo formándole un nuevo traje –negro- de superheroe.
Entonces Spiderman empieza a hacer cosas extrañas: su agresividad se desata, se vuelve colérico y vengativo. Hasta su sexualidad –sumamente pacata hasta entonces- empieza a desbordarse. En fin, Spiderman deja de ser el buen chico, vecino de escalera, que todos conocemos y se convierte en carcelero de Abu Grahib, con aficiones fotográficas.
Insistimos: ¿cómo ha sido posible semejante transformación? ¿De donde viene ahora el mal? ¿de una comprensión rigorista de los valores acaso? ¿de una incapacidad para sostener una ética generativa? No, el mal procede de un meteorito llegado de los confines del espacio, nada menos.
La tesis sorprende no tanto por contraste con la trayactoria filosófica de Spiderman, cuanto porque, salvo el anecdotico hilo de la relación con su novia-aspirante-a-celebridad, toda la pelicula se plantea abiertamente como una reflexión sobre el origen del mal. El supuesto asesino del tio de Peter Parker –un actor con aspecto de veterano del Viet-Nam- confiesa apenado: No soy mala persona, sólo tengo mala suerte. Vaya por dios. Cuando el mismo Spiderman se comporta groseramente con su casero, este dice juiciosamente: “Él es un buen chico, tiene que tener algún problema”. Ambos son angeles que se han levantado con el día malo, sin contar lo del meteorito, que también es mala pata. En cualquier caso Spiderman podría muy bien sostener que un hombre no es ni un angel ni un demonio, pero que se convierte en un demonio cuando tiene el día tonto.
Spiderman perdona al asesino de su tío que se va volando convertido en hombre de arena y, digo yo, nosotros tendremos que perdonar a los torturadores de Abu Grahib que se estarán dedicando ahora al cultivo de pepinos deshidratados y que, al fin y al cabo, tampoco es que sean malas personas. No creo que ese sea el problema, o sí. Lo que sí que es un indudable problema es la regresión, en elegancia al menos, desde un sistema de razonamiento moral como el de Pascal, que postula factores internos, como la rigidez de un sistema, puede explicar sus fallas, al de Spiderman que tiene la desfachatez de postular un cometa procedente del espacio exterior. Por supuesto la cultura popular ha tenido la lucidez de no abandonar nunca del todo los ensayos de teodicea. Entre el 1932 y el 1941, justo marcando los puntos álgidos del fascismo en Europa, se rodaron dos versiones del Dr. Jekyll y Mr Hyde. En esta historia tenemos al menos un elemento de hybris clásica y el mal acaece cuando el hombre va más allá de determinados límites que ningún caballero británico, ni ningún psicoanalista argentino, debería sobrepasar. Esta especie de teodicea epistemológica puede apestar, pero tiene su cosa. Ahora bien lo de Spiderman con el meteorito no tiene nombre.

Algo se ha perdido por el camino y algo se ha ganado puesto que finalmente prevalece el sano optimismo de la voluntad:“Sea cual sea la adversidad que se nos presente, la batalla que ruja en nuestro interior, siempre tenemos elección. Son las decisiones las que nos hacen ser lo que somos y siempre podemos optar por lo correcto”. Chupate esa Pascal.

lunes, 1 de junio de 2009

Cazar el dos

Para Cristina que lo inventó, Juan que me hizo pulirlo y para María, sin la cual -como es notorio- no haría nada de nada.



Cazar el dos.

Hete aquí una invitación a jugar un juego que es, como casi todos los juegos, un principio metodológico y epistemológico. Mis niños y yo lo jugamos a menudo. Se llama "cazar el dos".
Va a resultar que nuestro hilo mental, nuestro discurso, está lleno de polaridades duales que nos acaban convirtiendo el pensamiento en una especie de ping-pong mental bastante poco fértil: forma-contenido, real-simbólico, puro-sucio, esencia-apariencia...
Se trata de dicotomías que parecen pensadas no sólo para que cada uno de esos polos sea parcial y tramposo, sino para obligarnos a escoger uno de ellos y que a partir de tan desolada opción tengamos que partirnos la cara filosófica por defender tan absurda posición contra quienes, por sabedios qué azares, han escogido la contraria.
El juego consiste pues, antes que nada, en descubrir uno de estos doses. Ser capaz de señalar los términos que forman el dos es, ya de por sí, todo un potente ejercicio de desencastillamiento, de salirse uno de sus propias casillas por las buenas y ver con lucidez ese aspecto de pelota de pingpong que a menudo acabamos tomando.

Por supuesto que una vez el hábil jugador ha visto con claridad el dos, se trata de cazarlo. ¿Cómo se caza un dos? ¿qué herramientas necesitamos? La más importante es un gradiente. Hay que coger el dos y convertirlo en un gradiente, es decir una diferencia de intensidad, de grado.
Por supuesto que no nos sirve cualquier gradiente. Tiene que ser uno que deje fuera de juego al dos en cuestión, es decir, tiene que ser un gradiente que revele la tensión específica e irresuelta que se había, de hecho, fosilizado en el dos que estamos tratando de cazar.
Hombre-mujer? Queer.
Sujeto-objeto? relación...

¿Acaba ahí el juego? Ni de lejos. Una vez el intrépido gradiente ha dejado al dos de marras mirando a Cuenca, el avezado cazador tiene que ser capaz de extraer de ese gradiente un nuevo par o una pequeña multitud de conceptos que ya no polarizen sino que sigan, por sí mismos, siendo gradientes generativos:

hombre-mujer? queer?: yin-yang...
sujeto-objeto? Relación? : modos de relación

Al fin y al cabo cazar el dos no es sino una variante de la pugna de lo instituyente por no dejarse resolver de modo estanco en lo instituido. ¿O acaso la pareja instituyente-instituido forman un dos?
A modo de entretenimiento ahí van algunos doses que están pidiendo a gritos un cazador. Comoquiera que a mi cazar me encanta, veréis que algunos doses ya tienen un gradiente que los acecha desde sus mayúsculas, hay incluso alguno que ha derivado de nuevo en minúsculas mediaciones gradienciales, como quien dice:

Cosa – Idea

Forma- Contenido

Forma – Materia

Subjetividad- Objetividad PATTERN

Hembra – Macho QUEER yin yang

Concepto - Objeto RELACION modos de relación

Semantica – Sintaxis PRAGMÁTICA

Práctica – Teoría PRAXIS

Individuo –Comunidad HABITUS

Tactica- Estrategia OPERACIONAL

Privado – Público MODOS DE RELACION

Simbólico – Real PERFORMATIVO

Semántico – Semiótico

Habla – Lengua

Inefable – Comunicable

Transparencia-opacidad (performatividad)

Popular – Culto CONTEXTUAL

Politizado – No politizado AUTONOMIA CONTAGIOSA