jueves, 17 de noviembre de 2016

Ningún hombre es una isla




Ningún hombre es una isla, puesto que todos somos, decía John Donne1, piezas de un gran continente, partes de un conjunto... por mucho que esas partes aparezcan a nuestros ojos como si estuvieran aisladas, como si estuvieran separadas entre sí por charcos más o menos profundos, turbios o incluso malolientes.
Tiene razón nuestro poeta aunque, eso sí, para ser justos habría que continuar el razonamiento y decir que no sólo ningún hombre es una isla, sino que, propiamente hablando, tampoco ninguna isla es una isla... o si queréis que aquello que llamamos islas no son sino los picos emergentes de sistemas geológicos sumergidos.

Esto tiene su interés si volvemos de las islas a los hombres, y sobre todo a su producción artística y sus experiencias estéticas. Consideraremos que también éstas, incluso cuando se nos presentan como islas, son en verdad los picos emergentes de sistemas morfológicos sumergidos, de lenguajes de patrones que preceden a las obras o las experiencias y que se ven -a la vez- desafiados y confirmados, o no, por estas. El saber del esteta, como el del geólogo, aparece siempre después de que su objeto de estudio -la islaobra- se haya formado... pero es relevante no porque se limite a comentar la jugada, sino porque habla de cosas -los sistemas morfológicos o los juegos de estratos, categorías y valores- que estaban ahí antes de que dicho objeto se perfilara.
La reflexión estética aparece entonces después y antes (en ese orden) de que la obra de arte o la experiencia estética aparezcan.

La diversidad y extensión de los sistemas morfológicos ayuda a entender que algunas de estas obras-islas parezcan haber surgido de la nada, en medio del oceano sin estar relacionadas, aparentemente, con ninguna otra. Mientras que otras islas-obras aparecen agrupadas formando archipiélagos y guardan por ello un característico aire de familia dotado de un estilo propio. Y ya se sabe que “el estilo es la isla”.

Por suerte para nosotros, ya la historia del arte canónica y canonizante se ocupa de trazar mapas de todas esas islas y archipiélagos, describiendo minuciosamente eso que asoma por encima del agua, e incluso organizando visitas guiadas, viajes de novios y todo tipo de saraos en esas islas, esos picos emergentes.

Con este importante sector cubierto y atendido, los estudiosos de la estética podemos dedicarnos alegremente a una de nuestras tareas preferidas: la prospección y el análisis de esos sistemas morfológicos sumergidos, de esos lenguajes de patrones, cuya combinación y trama es la que da lugar a aquello que finalmente percibimos como una obra o una experiencia distintivamente estética, como un medio homogéneo que se presenta objetivado ante nosotras.

Esta especie de indagación genealógica de islas y archipiélagos nos permite entender que es
de alguna manera redundante hablar de estéticas del procomún, puesto que, al cabo, todas las estéticas lo son. A no ser la isla de basura y plásticos que existe en mitad del Pacífico o alguna otra isla de similar calado que quepa recordar en el atribulado mundo del arte, no hay estética ni isla que flote libremente en el agua, puesto que no hay estética ni isla que no emerja de alguna suerte de procomún, de lenguaje explícita o implícitamente desarrollado en común a lo largo de tiempos más largos que los de la vida de un único individuo. Esto, como nos enseña la teoría de estratos, no significa que la producción artística pueda reducirse a esos lenguajes comunes, antes al contrario significa que las obras de arte y las experiencias estéticas lo son sólo porque en cierta medida emergen de ese sustrato común y al hacerlo nos traen algo que no estaba contenido en los ingredientes que le han dado lugar.


Pero esto será sólo el comienzo, porque además de esa apuesta, que veremos enseguida, hay algunas cuestiones más que, de suyo, van implícitas en nuestra hipotesis de isleños reflexivos.

La primera es que un rasgo clave de todos estos procomunes, de estos sistemas morfológicos sumergidos es que funcionan desde la auto-organización. Esto indica, como ya hemos dicho, que sus resultados no son previsibles de forma lineal sino que a cada paso que dan incorporan novedades categoriales que les hacen ser emergentes. La apuesta por la auto-organización de los lenguajes indica también que no vamos a comprar teorías de la creatividad o el poder como fenómenos aislados o encastillados sino que estudiaremos ambos, creatividad y poder, como consecuencias de la asociación y la distribución.

La segunda es que esta auto-organización tomará diferentes matices en función del estrato2 al que pertenezcan los sistemas en cuestión. Esto supone reconocer que la complejidad y el libre juego de las facultades se hallan en el núcleo mismo de lo estético3.

La tercera es que en el dominio de lo estético lo que encontraremos serán siempre aleaciones, encabalgamientos de diferentes estratos-sistemas morfológicos dando pie a cada uno de los modos de relación4 mediante los que podemos entender tanto nuestra sensibilidad como la potencia de las obras de arte.


La inteligencia conjunta de estas tres cuestiones proporcionará la idea fuerza, la idea final de la Estética modal, que no se concibe sino como un instrumento para entender por fin la complejidad y la potencia de la auto-organización y sus resultados en la estética y -huelga decirlo- fuera de ella.


1No man is an Iland, intire of itselfe;  every man /  is a peece of the Continent, a part of the maine; John Donne, MEDITATION XVII, incluido en Devotions upon Emergent Occasions. 
2Así la belleza de los cristales y arabescos, la de los cuerpecillos y ecosistemas, la de los juegos de memoria y recursividad presentes en lo músical y lo cinematográfico o la de los modos de hacer que traman la producción de socialidad deberán investigarse en su especificidad y potencia características. Y es que la clave, tras décadas de investigaciones en relación con la cimática, la morfogénesis, la gestalt o los estructuralismos lingüisticos, estará precisamente en dotarnos de una inteligencia de mayor orden, de una teoría de estratos que nos permita sacar cada una de estas investigaciones de su ensimismamiento más o menos soberbio y corto de miras, encabalgando por así decir, unas aportaciones con otras y aplicándoles las leyes de la emergencia y la autonomía que son de rigor en cualquier teoría de estratos.
3 “la pluralidad de las artes no es ningún resultado de la diferenciación de un principio estético unitario (o de la idea estética, como dirían los grandes filósofos idealistas); es más bien el hecho originario de lo estético, y el principio estético no puede conquistarse -intelectualmente, no ya al nivel de lo inmediatamente estético- más que llevando a consciencia filosóficamente lo que tienen en común aquellos medios homogéneos.” G. Lukács, Estética, Tomo II, pág. 144
4 Como mostró Hartmann en su Estética, no hay obra de arte ni experiencia estética en la que en muy diversos grados y proporciones no se pongan en juego toda la copia de estratos y sus correspondientes categorías (lo teleomático, teleónomo, teleológico...) y valores...

domingo, 13 de noviembre de 2016

El "karoshi" como atasco laboral.


En abril de 2015 una prospera empresa de publicidad llamada Dentsu, contrató a Matsuri Takahashi, una joven japonesa de 24 años. En diciembre de ese mismo año Matsuri se suicidó. Había estado trabajando en Dentsu tan sólo ocho meses, pero en todos ellos se vio obligada a trabajar día y noche, haciendo una media de 130 horas extra al mes hasta que no pudo más, cayó en una depresión y acabó con su vida.


El caso de Matsuri no es en absoluto raro. Cada año unas 30.000 personas, en su mayoría hombrecillos de entre 40 y 50 años (ups!) se suicidan en Japón por causas relacionadas con el karoshi, o exceso de trabajo. Pero el problema, al parecer, va mucho más allá de estas cifras, puesto que según el gobierno japonés -que no es precisamente notorio por su anticapitalismo radical- algo más del 20% del conjunto de la gente trabajadora está en riesgo de muerte, no de depresión o de mala vida, sino directamente en riesgo de muerte, por esto del karoshi.

El primer caso conocido de karoshi fue reportado en 1969, cuando un empleado de una gran compañía de periódicos falleció de un ataque al corazón con tan sólo 29 años después de pasar semanas trabajando sin parar y sin apenas dormir. Los casos siguieron produciéndose y ya en 1978 hubo tantos que hubo que ponerle un nombre a la cosa. Ahí se empezó a hablar de “karoshi”. Y aunque pronto empezaron a realizarse estudios y a publicarse libros parece que costaba entender que no era un problema particular de este o aquel trabajador particularmente flojo, sino que se trataba de un problema de salud pública, un problema que afectaba a toda la sociedad y que era el producto de un modo de relación que se iba generalizando y que ponía tan por delante los intereses corporativos de los del trabajador que llegaba literalmente a matarlo.



Si las cosas pintaban feas ya en los años 70, cuando se pusieron realmente serias fue después de la crisis de principios de los 90, cuando las empresas “tuvieron que hacer” recortes de personal y ajustes para poder mantener sus niveles de beneficio. Para ello se pidió a los trabajadores -a los que no se habia despedido aun- que asumieran unas jornadas laborales que iban mucho más allá no sólo de las 8 horas diarias sino incluso de las 50 horas extras por mes que estaban amparadas por la ley.
Lo normal, en empresas como Dentsu, es que los empleados hagan hasta 150 horas extras al mes.
Eso supone duplicar el tiempo de trabajo y por tanto suprimir la mitad del resto de tu vida.
Así que no es extraño que el personal se atasque y colapse donde buenamente pueda.


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Y es que el karoshi es una manifestación más, una cara más de ese diamante que estamos llamando “atasco”. En el karoshi se reconoce la figura del atasco porque como es habitual en todo atasco, lo que sucede aquí es una concentración desmedida de la demanda, en este caso de la demanda que se hace no sobre un sistema viario o de comunicaciones sino sobre las capacidades y la resistencia del trabajador. Es el organismo mismo del trabajador el que se atasca sometido a un régimen de tráfico de capital que no puede sino resultar letal.
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Bajo este régimen atascado los que tienen trabajo aceptan las condiciones que les impongan porque saben que si se quejan o desobedecen hay una legión de candidatos a aceptar las condiciones que ellos acaban de rechazar. Igual que en un atasco se tiene la clara sensación de que si te sales de la fila quedarás arrumbado en la cuneta sin lugar adonde ir... y quien sabe si podrás volver a entrar.

El atasco arraiga desde luego en nuestro miedo a quedar fuera de juego, pero su razón de ser nada tiene que ver con nosotros ni nuestros más peregrinos deseos: el atasco está ahí, desde el típico atasco vacacional hasta el del karoshi, para maximizar los beneficios del capital y mantenernos en la precariedad, esto es en condición menesterosa.
“Precario”, etimológicamente1, es alguien que ruega, alguien que ha sido puesto en la posición de máxima dependencia de quien solo puede rogar, hacer “plegarias”.
El precario como el atascado no puede cuestionar las condiciones de su juego, sino que tiene que limitarse a acatar aquellas que le han sido dadas, aguantar al sol dentro de su caja y no abandonar bajo ningún concepto el atasco.

El karoshi es importante para nuestra reflexión sobre el atasco puesto que plantea el escenario en el cual ya sólo queda salirse de la cola o reventar en ella...




1La palabra precario proviene en su etimología del latín “precarius” cuyo significado derivado del verbo “precare” es lo obtenido por favor o súplica.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Del Atasco como figura de la Tiranía.







Lo dijo Montesquieu que de esto sabía un rato: la primera característica y la producción mayor de la tiranía es el aislamiento, la fragmentación de cualquier forma de socialidad a resultas del temor y la sospecha que la tiranía da en generalizar. El aislamiento se vuelve así una categoría central y consigue separar tanto al tirano de sus súbditos como a éstos mismos entre sí.

Como consecuencia o a la par de este aislamiento, aparecen dos rasgos más que sólo aparentemente se contradicen. Se trata de la comparecencia simultánea de fuerza e impotencia.
En efecto, el tirano puede ser fuerte, y también pueden serlo, por separado, sus súbditos, pero como ha explicado Hannah Arendt, no se debe confundir la fuerza con el poder... puesto que propiamente, el poder, “sólo surge de la pluralidad, del actuar y hablar juntos, que es la condición de todas las formas de organización política”1.
Así en la medida en que la fuerza del tirano no logra articularse con una comunidad, no genera poder sino impotencia.

Si pensamos juntamente esos tres rasgos intímamente relacionados entre sí: aislamiento, fuerza e impotencia... obtendremos de inmediato la imagen perfecta del atasco. ¿Qué otra cosa es toda autopista atascada que una precisa combinación de aislamiento, fuerza e impotencia?
Tanto es así que cabría preguntarse si acaso esa trabazón de aislamiento, fuerza e impotencia no nos podría servir para pensar la estupidez y en consecuencia la consistencia misma de la inteligencia.

Nos servirá también para reconsiderar lo que se ha llamado, con más o menos fortuna, empoderamiento. Sabremos ahora que habrá que ir con cuidado para no limitarnos a dar "fuerza" -repartiendo armas de fuego por doquier- sin advertir que no por ello acceden a poder alguno. Semejantes inyecciones de fuerza no merecen propiamente el nombre de empowerment, antes bien lo que sugieren es un exabrupto de fuerza mal distribuida, lo dice Arendt así de bonito cuando las describe como “fuerzas impotentes que se agotan en sí mismas, a menudo espectacular y vehementemente sin dejar nunca de ser futiles y sin dejar detrás suyo rastro alguno de monumentos ni historias”2.

El verdadero “empowerment” tendra que deshacer el atasco de aislamiento, fuerza e impotencia en el que nos achicharramos. Y para ello no habrá más remedio que recuperar nuestra capacidad para auto-organizarnos en comunidades modales que repartan juego y produzcan autonomía, produzcan un poder que emerge del co-munere -del desempeñar juntos una función, un deber- y sólo en él pervive. Un poder cuya “única limitación es la existencia de otra gente, pero esta limitación no es accidental, puesto que el poder humano está en estricta correspondencia, para empezar, con la condición de la pluralidad”3.

El atasco y la tiranía se rompen sólo desde la auto-organización y como hemos aprendido de la Panarquía, la auto-organización sucede orientándose sucesiva o simultáneamente hacia la revuelta y la memoria.

Revuelta para poner en juego la pluralidad de disposiciones que se encontraban anquilosadas y fuera de uso.
Memoria para redescubrir todo aquello que ya estaba ahí: en la cuneta de las carreteras o en la cuneta de nuestros propios cuerpos, vehículos y gadgets.

El atasco se rompe generando modos de relación capaces de ofrecernos no sólo sentido y orientación sino una muestra de lo que podemos hacer y lo que acaso tenemos que hacer.

1 Hannah Arendt, The human Condition, pág. 201
2 … impotent forces that spend themselves, often spectacularly and vehemently but in utter futility, leaving behind neither monuments nor stories
3 The only indispensable material factor in the generation of power is the living together of people...
isolation, power springs up between men when they act together and vanishes the moment they disperse H. Arendt, The human Condition, pág. 201