viernes, 16 de febrero de 2007

Un articulo sobre las esteticas fascistas y la produccion de normalidad

Estéticas fascistas.



Invariablemente, como hemos tenido ocasión de señalar, cuando se alude a las Estéticas Fascistas se tiende a pensar en grandes desfiles, marchas de antorchas y multitudes enardecidas y fuera de sí dispuestas a lanzarse a degüello sobre el enemigo más próximo.
El término "fascismo" ha llegado a ser usado como una especie de sinónimo de paroxismo violento e irracional, y en el cumplimiento de esa asimilación se le suelen atribuir no pocos, ni poco misteriosos, poderes a la estética.
La estética, como informadora de una propaganda total, "monopolio que permite modelar la consciencia de las masas", ha dicho algún autor reciente.
¿Qué hay de todo eso? ¿Es sostenible la tesis de unos poderes casi mágicos del arte y la propaganda en la implantación y el transcurso, sobre todo, del fascismo?


-----------

Podemos entrar en materia, tomando como base de partida un texto clásico en lo que a "idees reçues" sobre fascismo y arte fascista refiere, a saber "Malerei im 20 Jahrhundert" de W.Haftmann, del que escogemos este breve párrafo:
"El arte totalitario es el fenómeno de unidad estilística en todas las dictaduras. Así como éstas, para fundar su propia potencia proceden a la movilización de las masas y a destruir el libre espíritu individual, del mismo modo el arte totalitario como norma vinculante adopta el tipo medio de la mentalidad de la gran masa y elimina lo particular. El contenido y su importancia propagandística son los elementos prioritarios, adecuado a los hábitos visuales de la masa...En su más intima esencia el principio totalitario tiende a la aniquilación de la fe en el valor personal y en la función del espíritu aislado."

Se juntan en este texto una serie de ideas fuerza que por mucho que hayan tenido un papel constante y necesario en la legitimación de las democracias occidentales, en el transcurso de la guerra fría sobre todo, resultan insostenibles desde un punto de vista histórico.
Por eso quizá ahora que el enemigo totalitario soviético se ha reconvertido a mundo libre, y el principal arte que allí se produce acaso sea el que sus habitantes han de poner en juego para sobrevivir, quizás sea tiempo de analizar más comedidamente la base histórica y estética de algunos de los enunciados presentes en el texto que nos ha servido de inicio.

Empezar pues por el principio dejando claro que cualquier trabajo "de campo" muestra que el arte fascista no tiene mayor unidad estilística que el resto del arte "burgués" del siglo XIX, se trata en cualquier caso de un arte "conveniente", que tiende a usar vocablos ya aceptados, como observaba H.Broch respecto de cualquier fenómeno kitsch, impulsado por la necesidad, vileza ética -diría Broch- de agradar-impresionar-no-salirse de la raya... ¿pero es eso, en absoluto, distintivo del arte fascista?
Todo parece indicar que en este particular apenas si resulta una reacción más, una vuelta al orden...marcada como mucho, en lo que hace a la pintura y las “bellas” artes, por una progresiva restricción de las vanguardias, y ello de un modo, durante bastante tiempo, oscilante, puesto que son sabidos los gustos que por determinados autores de vanguardia mostraban altos jerarcas del régimen nazi.

Aun en los estudios más clásicos sobre arte fascista se recogen al vuelo testimonios que muestran esa continuidad de que hablamos así: ...La Sra Feistel-Rohmeder hacia notar con orgullo hablando de su Asociación del Arte Alemán de Karlsruhe que su asociación había mantenido firmemente durante quince años, sin la mas mínima desviación la línea que hoy se señala como válida por la dirección artística del Tercer Reich ...
Es preciso por ello admitir que después de la toma del poder no se había simplemente introducido un “nuevo” arte, sino que ya desde hacía mucho tiempo existían dos tipos de arte en Alemania; que el arte moderno era el dominante pero ciertamente no el único...

Si la unidad estilística no resulta especialmente destacable si cotejamos las producciones de la época con las que le precedieron en 25 o 30 años, igualmente vacía de sentido es la argumentación que achaca a las artes fascistas una decantada propensión hacia el contenidismo y la propaganda si nos seguimos restringiendo al arte de galería, de museo, de la pintura culta, que es, por lo demás, a lo que se refiere Haftmann en el texto arriba citado.
En el periodo nazi se mantienen los generos-de-siempre. Hildegard Brenner ha clasificado las obras seleccionadas en las "Grandes exposiciones de Arte Aleman", así la de 1937 es la siguiente: paisajes (40%), "mundo masculino y mundo femenino" (campesinos, deportistas, juventud - 20%), retratos (15'5%) animales (10%) oficios (7%) ... El "unico signo del Tercer Reich, dice Brenner, son los retratos de funcionarios (1'5%) y los de edificios del regimen (1''7%).

Por lo demás resulta gratuito, y políticamente escabroso, achacar, como también hace Haftmann, esos "gustos" a "los hábitos visuales de la masa".

Claro que si dejamos de lado el "arte culto" en el que hay que admitir que las producciones fascistas rondan un correcto academicismo, algo estéril (y hasta en eso es correcto), siempre podemos resolver que no era ese el ámbito de la mencionada propaganda total.
Podría parecer que para sostener las temibles funciones atribuidas a la estética fascista habría pues que irse a las artes movilizatorias, las escenografías de masas, las producciones mediáticas, los discursos...

Pues bien, trabajando sobre los datos reales de organización de grandes actos de masas y comparando su peso especifico en los primeros tiempos del régimen nazi y sus años de plenitud criminal, belicista y de catástrofe final, sorprende encontrarse como los análisis más recientes vienen a otorgar que
" Los rituales y organizaciones de masas, las campañas etc ...sólo eran capaces de crear estados de animo maniacos e intoxicados durante periodos más y más breves frente a los desafios que el regimen debía asumir...Por demás que muchos ingredientes eran precisos para un acto de masas exitoso y su efectividad era siempre limitada...
De hecho estas grandes ceremonias con sus trucos limitados empezaron a ser menos frecuentes (aunque nunca desaparecerían del todo) a partir del 35."
Es también el año 35 (tan solo un año después del acceso al poder de Hitler) que se empiezan a recortar las emisiones radiofónicas dedicadas a transmitir los famosos discursos del Führer, pasando estas emisiones de una frecuencia practicamente diaria, a ser luego semanal para desaparecer casi del todo tan temprano como en el año 38.

¿Es ese el medio de propaganda total, que debía exorcizar a las masas?

Goebbels se da cuenta relativamente pronto que no puede aspirar al ambiente de entusiasmo colectivo que despertó el inicio de la guerra en el año 1914, tanto es así que de hecho en el 39 y luego mas tarde con la toma de Paris, no se producirán ni por asomo manifestaciones de gozo popular como se habían visto en los comienzos de la Primera Guerra Mundial.
El ministro de propaganda, al paso que se va creando una situación tensa asume que su ministerio de propaganda puede y debe producir entretenimiento apolítico, relajante para la dura vida de la gente en la retaguardia, tanto mas dura en tanto se vaya agravando el aislamiento del régimen y la marcha de la propia situación bélica.

Los datos sobre la producción de cine en Alemania, quizá el entretenimiento de masas por excelencia, son bien iluminadores al respecto de lo que aquí sostenemos: Como Richard Grünberger demuestra en su monumental “Historia Social del Tercer Reich”, de los 1100 largometrajes filmados más de la mitad eran historias de amor o comedias, una cuarta parte cintas policiacas, de aventuras o musicales. El veinticinco por cien restante lo formaban en partes más o menos iguales peliculas de temática histórica, militar, juvenil y política. Por eso podemos sostener con este autor que “en ningún arte se mantuvo tanto una continuidad después de 1933 como en el cine…gobernantes y gobernados llegaron así a un acuerdo acerca de la función primordial del cine: facilitar al Wirklichkeitsflucht, la huida de la realidad” .
También coinciden en este sentido los datos procedentes de las producciones musicales: estilísticamente hablando los nuevos productos musicales de los media abrazaban el idilismo rural-folk, las marchas de metales, versiones “sentimentalizadas” de las grandes obras de concierto y opera, valses de ensueño de las películas UFA,, etc

Podemos concluir de estos datos que, como dice Peukert:
"En el ministerio de Goebbels se dieron cuenta pronto de que una lealtad durable, capaz de sobrellevar los problemas cotidianos no podía en modo alguno ser generada sólo por ceremonias de solsticio. El único modo de remedar la falta de sustancia de la Volkgemeinschaft era producir “lealtad pasiva”, y esta dependía más de que los media ofrecieran entretenimiento y distracción.
No en balde el mismísimo Hitler tenía claro que eran el cine, junto con la radio y el automovil los que habían hecho posible la victoria nazi. Al mismo tiempo que Goebbels sostenía que el lugar de las SA estaba en la calle y no en la pantalla de cine
Si sólo uno de cada veinte filmes era de tema claramente político, parece claro que no podemos seguir sosteniendo el estereotipo de unas estéticas fascistas basadas exclusivamente en el despliegue arrollador de escenografías impactantes e imágenes de poder. Parece resultar que si nos preocupa el funcionamiento de las estéticas en el fascismo, en tanto generadoras de disciplina , aquí ya más cercana a ideas de conformidad e "indiferencia", que no a grandes y siempre peligrosas movilizaciones de masas, parece resultar, decimos que habría que empezar a considerar otras claves que las del bombardeo contínuo de "esloganes", las de la crispación ideológica, las del concepto clásico de "manipulación" en suma.
Por el contrario parecería que las palabras clave para "explicar" el funcionamiento cotidiano del fascismo deben andar más cerca de las relativas a normalidad, buen gusto, armonía, etc...

-------

En este punto puede ser bueno volver a echarle una ojeada al texto de Haftmann, que nos servia de pretexto para nuestra argumentación para retomarla ahora a los conceptos, digamos sociológicos o antropológicos que se maneja.

Al respecto, el concepto de "masa" es de los más curiosos, como unidad sociológica, de los que ha generado este siglo y de los más sospechosos también.
Así cabría preguntarse ¿qué es movilizar una masa, o más bien, en qué se diferencia de movilizar a una cantidad de individuos, o mejor aun, de conseguir que una cantidad crítica de éstos se abstenga, por miedo o por falta de cauces, de intervenir, oponerse o eludir, las decisiones de grupos de poder?
¿Se ha de asumir que una movilización-de-masas coincide con la destrucción del libre-espiritu-individual, (como hace Haftmann)?
¿ Acaso las primeras "movilizaciones de masas", en los ejercitos con levas generalizadas, por ejemplo, no coinciden con la otorgación a los individuos de sus derechos y su dignidad de ciudadanos por las administraciones "revolucionarias" y napoleónicas.?

Foucault ha mostrado la evolución en la sociedad occidental hacia un orden político propiamente moderno centrado en la producción de normalidad y la uitlización de dicha producción como herramienta de control político. Durante los años de la guerra fría se le ha atribuido a la estéticas fascistas la capacidad de poner en suspenso esa evolución y, de hecho, volver a basar el orden en grandes movimientos de masas. Nuestra tesis aquí ha de ser justo la contraria, a saber, lo primario para la movilización, o para que no pueda suscitarse oposición a ella, parece ser la partición de la masa, de lo indiferenciado, en individuos responsabilizables, localizables, culpabilizables y tanto más expuestos cuanto más designables, en el caso del fascismo además, parece claro que lo que se realiza es una partición en individuos cansados y con ganas de distraerse.

Lo mismo habría que puntualizar respecto a lo de la "aniquilación de la fe en el valor personal". Justo si en algo se distinguen, precisamente, los fascismos es por la "re-dignificación" del valor de la nación (frente a la Republica de Weimar y la maltratada Italia de post-guerra) pero también del ciudadano individual al que se le ofrecen posibilidades de integración, de responsabilidad en las múltiples organizaciones del partido, si no se le ofrece democracia directa, ni decisión real (tampoco lo hacen los regímenes burgueses) al menos sí se le ofrece participar en la "opresión directa", participar en un gran proyecto nacional e imperial, aun cuando sea como vigilante antiaereo de barrio, o denuncia-judios de distrito...
Claro que esa dignificación tiene alcances muy limitados, tanto que los que se quedan fuera parecen no tener derecho ni a la existencia misma, el programa de los nazis para decirlo en los términos de los tour-operadores sería una especie de "inclusive-exclusive resort".

Quien crea que la rehabilitación de esos grandes proyectos nacionales se hace a expensas de la aniquilación de la "importancia" de cada individuo "incluido en la comunidad" comete un error bien peligroso y yo diría que, en situaciones de crisis, un error definitivo.


La "dignificación" de la cotidianeidad de los Volkgenossen, así como de la patria misma, es decir, el famoso "cañones y mantequilla" hay que completarlo con las promesas de felicidad que el régimen pone en funcionamiento (y que aun hoy en las entrevistas de "historias de vida" suscitan apego "pese a todo"), a saber, los programas proto-turísticos de Kraft Durch Freude, los famosos cruceros, los mas modestos viajes a la Selva Negra o los lagos suizos.
Los alemanes descubren en los años del asentamiento nazi la posibilidad de hacer turismo, claro que la mayoría no pueden permitirse acceder a los cruceros que, ya por entonces, empiezan a dirigirse a Turquía o Canarias, pero siempre hay los viajes de fin de semana a zonas más cercanas o las vacaciones en el campo...
Los informes del partido socialdemocráta en la clandestinidad dan prolijos detalles de cómo la antaño aguerrida clase obrera alemana empieza a pillarle el gusto por la vida disciplinada que permite ahorrar y darse unas vacaciones con las que sus padres ni soñaban: ... (lo que no soñaran ni ellos mismos, posiblemente, serán los viajes que les van a caer en suerte por las estepas rusas y ucranianas.)


El fascismo no anula la individualidad de la gente, al contrario, más bien la hincha y no tanto con discursos belicistas y patrioteros, con discursos del Führer, como con ilusiones de ahorro, viajes de ensueño y... automóviles.
No en vano nos encontramos en la época de aparición en Europa de lo que Henry Ford ya había empezado a generalizar en los EEUU: el acceso al utilitario. Los trabajadores alemanes no sólo obtienen trabajo y una relativa estabilidad (otra cosa serán los derechos laborales) sino que obtienen sobre todo la trama de ilusiones que supone el ahorro, el ir pagando los bonos que en un plazo determinado le darán acceso a un automóvil: el Kdf Wagen (Kraft durch Freude, de nuevo, es decir, Energía a través de la alegría, algo así como el pensamiento positivo hecho institución nazi) precedente directo en diseño y lugar social del Volkswagen o Coche del Pueblo o la Gente.


El proyecto antropológico" que las estéticas fascistas parecen implicadas en llevar adelante no es ni el del ciudadano embrujado, de voluntad anulada por el estado omnipresente, ni el fanático continuamente dispuesto a la guerra y al exterminio (ambas figuras, si leemos ahora a autores como Wilhelm Reich, tienen más de fantoche, que de posibilidad humana sostenible).
El proyecto humano de las estéticas fascistas es nada menos que el del "ciudadano normal" el del buen chico, dotado de sentido común, y capaz de ser disciplinado y ahorrativo porque así le conviene y nada se puede hacer para cambiarlo.
Ya Musil había profetizado, por cierto, que ese convencimiento de que "el estado definitivo de un honbre espiritualmente instruido era poco más o menos la limitación, la "especialidad" unida al convencimiento de que todo debía cambiar; sin embargo era inútil reflexionar sobre ello..”. El ciudadano instruido, el ciudadano que lee los periódicos, que forma parte de la opinión pública, que prefiere no hablar de política...

Así parece que lo siniestro de las estéticas fascistas no está tanto en los grandes movimientos de masas, como en los consensos "individuales".
La diferencia es importante porque es en base a ella que el trabajo estético relevante del fascismo no está tanto en una tramoya de la excepción como en la horticultura de la "normalidad", no tanto en vistosos aquelarres de masas, como en pacíficos paisajes y bodegones para el salón de quien quiere asegurarse de quedar del lado de la zanja de que hay que estar.
Insisto: lo siniestro, lo nuevo, del fascismo no es tanto la celebración estética de una violencia luego calificada de satánica e irracional como la participación "bon ton", o fundamentalmente la "indiferencia", de los ciudadanos frente a ella: hay unos procesos de construcción estética de la red ciudadano-autoridad-exclusión que necesitan del lubricante miedoso de la indiferencia.

Las estéticas fascistas cultivan y amarran esa indiferencia, esa "normalidad"...


....................

miércoles, 7 de febrero de 2007

Del Cosmopolitan a Annie Sprinkle

Post pornografía: entre el bricolage especializado y la crítica política

Es evidente que el sexo, junto con la gastronomía y la moda, el turismo rural o la visita a museos y galerías de arte se han convertido en cartas de una baraja que hay que saber jugar si no se quiere ser un apache. Parte de la cultura general, lo que se pretendía imparable revolución sexual se ha convertido en una más de las claves de un saber vivir normalizado. Saber cómo tener o inducir orgasmos múltiples o adosados es prácticamente un deber cívico y una multitud de publicaciones de difusión, libros y revistas se encargan continuamente de recordárnoslo y de proporcionarnos nuevas e infalibles claves para no fallar en el intento.
Quedaba, no obstante, la pornografía, último reducto del mal gusto, práctica inconveniente y objeto de ataque tanto por parte de los nuevos y viejos conservadores como de toda una oleada de feministas anglosajonas que vieron en ella, en la pornografía, la suma de todos los males de una sociedad que deshumanizaba, objetivaba y sometía sistemáticamente a vejaciones y violencias a las mujeres.
Ahora bien, parece que incluso este último bastión de lo incorrecto, de lo obsceno inaceptable puede estar por caer, ¿en manos de la normalización a lo Cosmopolitan?, es decir en manos de una concepción higienicamente guarra, educadamente obscena de la representación de la sexualidad, concebida como inane representación además....

Annie Sprinkle es una conocida actriz porno de los años 70, famosa por haber participado en más de 300 películas ordinarias del genero hasta mediados de los 90. En esta época Sprinkle decide pasar a la dirección y producción de sus propias películas porno generando una experiencia de lo más interesante. Especialmente destacable resulta “Herstory of porn” (Su –de ella- historia del porno) en que Sprinkle pasa revista a sus propias películas anteriores, aquellas en las que meramente actúa, comentándolas y destacando aspectos y situaciones de las mismas, todo un proceso de deconstrucción no exento de humor e ironía, para pasar luego a compararlas con sus primeras producciones como directora y actriz, a la vez, en las que explora de modo sistemático vertientes de su imaginario erótico y de los modos de representación fílmica.
Con ella se inaugura el campo de lo que se ha denominado post-pornografía y que como tantos otros “post” no es sino una recuperación de un estadio anterior al conocido y erróneamente identificado como genuino y único posible. En efecto con la post-pornografía de Sprinkle se trata en primer lugar de eliminar los restos de “fantasías de dominio” que pudiera haber en los materiales pornográficos –los comentarios de Annie sobre sus propias películas son un arma decisiva al respecto- y su recambio por una formulación tan textual y postmoderna como se quiera de la “fantasía de aceptación” en la que Sprinkle jugará gustosa y magistralmente el papel de puta ilustrada dedicada en cuerpo y alma a difundir su conocimiento y sus capacidades.
Aunque aun es muy pronto para poder juzgarlo, parece que el trabajo de Sprinkle ha tenido mucha más aceptación y circulación entre estudiosos-as de la queer theory y la cultura visual que entre el público habitual de los videoclubs porno.
¿Qué sucede entonces con esos millones de consumidores de porno “normal”? ¿son sólo descerebrados que manifiestan su odio a las mujeres a través del visionado de estos materiales? ¿o podríamos decir que en lo indigestible del porno que consumen anida algún tipo de resistencia?
Susan Sontag habla de cómo a partir de la revolución sexual de los 60’s se ha preparado mediante una amalgama de Rousseau, Freud y buen rollo liberal para una sexualidad completamente inteligible a la vez que una fuente preciosa de placer físico y emocional, la sexualidad normalizada y casi compulsiva de la que hablábamos más arriba. Las teologías de la liberación de mediados de los 60’s acusarían a la moral cristiana de la “represión” de esta sexualidad blanca, ejercida durante siglos y causante de miedo y ansiedad, así como de haberle dado su peculiar empaque a determinados elementos también naturales del apetito sexual, lo que se conoce aún como perversiones.
Frente a eso, la tradición imposible de Sade sostendría que con independencia de la historia represiva de la cristiandad, lo obsceno es una noción primaria de mucho mayor calado y que la sexualidad es una de las fuerzas demónicas y extremas de lo humano y no un mero complemento de la felicidad liberal.
Según Sontag, los personajes de Sade, como los personajes de comedia à la Buster Keaton, nunca son tratados en profundidad, carecen de esa profundidad : “la planicie emocional de la pornografía no es así ni una carencia de arte por parte de su autores, ni un indicio de incipiente deshumanización. Es un requisito para conseguir una respuesta sexual por parte del receptor que sólo en ausencia de emociones directamente sostenidas puede encontrar espacio para sus propias respuestas.”
Para nosotros esto no resulta tan obvio, si bien compartimos con la autora que la ausencia de emociones o sentimientos en los personajes pornográficos es un rasgo específico sino deliberado de la imaginación pornográfica, nos sentimos inclinados a defender que no se trata de que las emociones de los personajes pornográficos impidan la posibilidad de excitarnos ante un material pornográfico, se trata más bien de que tales emociones y sentimientos no nos resultan imprescindibles, no nos hacen ni poca ni mucha falta, para la configuración de un contexto pornográfico. Si molestan a alguien no es tanto al espectador de la pornografía como a la imaginación pornográfica misma en su pugna por definir un ámbito autónomo, y por ello tan distanciado de sentimientos y emociones como de valores morales, de lo erótico.
¿Consiste la única escapatoria al Cosmopolitan el conjurar las oscuras fuerzas sadianas que vinculan sexo y muerte? ¿Qué lugar reserva la post-pornografía para la ironía y la crítica política insertadas en las prácticas pornográficas mismas? Desde este ensayo queremos apostar por la capacidad de la pornografía para constituir un dominio de lo erótico autónomo, un dominio que escape tanto a las reducciones corporativas de las experiencias en "marcas" y productos homologados, como a su consideración en tanto "entertainment" o bricolage...
Para ello tendremos quizá que revisar los valores de performatividad, o las dialécticas más bien entre representacionalidad y performatividad que tan claramente se juegan en el campo de la pornografía.




..

lunes, 5 de febrero de 2007

Pornografia: cosificacion y violencia

Uno de los frentes de crítica de la pornografía más comúnmente asumidos y quizás por ello menos cuestionados, es el que la cuestiona en función de sus supuestos mecanismos deshumanizadores o cosificadores, que resultarían funcionar especialmente en el tratamiento de las mujeres representadas en la pornografía. El argumento establecería que dicha deshumanización deriva de la representación descontextualizada del cuerpo desnudo, o peor aún de algunas de sus partes o funciones. Esta falta de referencias en lo que refiere a la vida emocional o intelectual de los personajes pornográficos provocaría que cayéramos en la ficción de tomar a dichos personajes como meros objetos de contemplación o de uso sexual. Aun asumiendo la distinción, que ya hemos mencionado, entre usos representativos y usos performativos de la pornografía, parecería claro que en cualquier caso se estaría promocionando un acercamiento al “otro” incapaz de captarle en toda su complejidad, conformándose con una caricatura de uso estrictamente sexual y por ello objetivado. Algunos ensayistas, como David Holbrook –ponente del informe Longford- han opinado además que dicha cosificación refuerza un carácter socialmente determinado de tipo esquizoide y perennemente inmaduro.

Obviamente dicho juicio depende de algunas ecuaciones conceptuales que quizá no estén del todo claras. Fundamentalmente parece que se admiten tácitamente otras priorizaciones de la atención o la representación en campos diferentes del de la vida erótica, donde semejante especificación de la atención se asume como resultado inevitable de cierto grado de especialización. Parecería que el problema de fondo no tiene que ver con el procedimiento formal de acotar un área de atención o representación cuanto que esta área es, en el caso que nos ocupa, el de la vida erótica con exclusión de otras consideraciones. Por ello, algunas pensadoras han contraatacado, desde el campo feminista, denunciando que la corporeidad de las mujeres, y la de los hombres por cierto, en su conjunto o en relación a determinadas partes del cuerpo o sus funciones es una parte del ser humano tan digna de ser representada, como lo pueda ser su vida mental o sus balbuceos poéticos:
“Normalmente el término objeto sexual significa que las mujeres son representadas como cuerpos o partes del cuerpo, reduciéndolas a meros objetos físicos. ¿Qué hay de malo en esto? Las mujeres son tanto sus cuerpos como sus mentes o sus almas. Nadie se molesta si se presenta a una mujer como un cerebro o como un ser espiritual. Y sin embargo semejantes representaciones ignoran a la mujer como ser corporal.”

El argumento “cosificador” debería ser capaz de sostener que las únicas representaciones de actividad humana que no son deshumanizadoras son aquellas que dan un retrato global del ser humano que las produce. Esto podría producir consecuencias a las que estamos poco habituados puesto que por ahora nadie exige ver una foto de cuerpo entero (mucho menos de su cuerpo desnudo o de sus genitales vistos de cerca) del científico que ha escrito un artículo para no considerar dicho articulo una muestra de la fragmentación de las facultades y posibilidades del ser humano y por tanto un ejemplo de cosificación deshumanizadora.
Siguiendo con McElroy: “molestarse por una imagen que prioriza el cuerpo humano meramente demuestra una mala actitud hacia lo físico... ¿por qué es degradante fijarse en la sexualidad de una mujer? Bajo esta actitud subyace la convicción de que el sexo debe ser de alguna manera ennoblecido para por ser presentable”.
Para que el argumento cosificador pudiera sostenerse debería entonces afirmar alguna diferencia de calidad tan radical entre la vida estrictamente sexual y otras áreas de acción o representación humanas que hicieran de la pornografía, en tanto representación de aquella una clara excepción a las normas que permiten a las demás funcionar con un razonable grado de especialización y autonomía. Por supuesto para ello habría que recurrir a un arsenal de valores morales muy determinado y con el que quizá no toda la población se sienta vinculada.

Sostendremos así que hasta cierto punto como en seguida veremos, el hecho de que la pornografía se centre con casi total exclusividad en la representación no ya de los cuerpos sino de su funcionamiento estrictamente erótico, abundando en detalles o incidiendo en partes del cuerpo o procesos de relación que desde el punto de vista pornográfico resulten especialmente interesantes no es muestra de ninguna irreversible deshumanización, o que en cualquier caso no se puede defender que lo sea en un grado mayor que el que se puede inferir de los procesos normales de producción científica o estética, en los que se asume que a determinada facultad o dimensión humana debe permitírsele funcionar autónomamente desarrollando sus propias especificidades sin excesivas trabas. Seguramente de esto no se puede inferir que ninguno de estos campos de actividad humana cuente con una suerte de licencia absoluta: los experimentos del Dr. Mengele son rechazables, como pueda serlo las míticas “snuff movies” sin por ello tener que prohibir la ciencia o la pornografía en su conjunto. Del mismo modo en que se asume con naturalidad que el desarrollo o especialización unilateral de determinada facultad o actividad, si bien puede provocar a nivel individual ciertas deformaciones profesionales, es a largo término beneficioso para el conjunto de la comunidad, el mismo nivel de tolerancia debería aplicarse al campo de la pornografía.
Ahora bien, sin duda hay una parte específica de determinada ficción pornográfica que consiste, ya no sólo en la exacerbación de planos genitales o momentos concretos de algunas relaciones sexuales, sino en la especificación de procesos de humillación o castigo, presentes no sólo en la relativamente minoritaria pornografía sado-masoquista sino en materiales de mayor distribución que presentan planos “faciales” o “anales” de modos que no inducen a considerar que se haya llegado a un consenso previo. Igualmente comunes son las fantasías de violación.
Quizás en este nivel la diferencia entre la consideración de la pornografía a un nivel representacional y un nivel performativo cobra una mayor importancia: en efecto, los defensores de la pornografía esgrimirán su carácter representacional, ficticio y por ende catártico si se quiere, no aceptando que de la representación de dichas prácticas deba colegirse una imitación mecánica y directa, del mismo modo que de la contemplación de un filme de acción donde se ve a un intrépido agente secreto corriendo por encima de un tren de alta velocidad, o a un grupo de jubilados asaltando un banco no se extraen consecuencias performativas directas.
Por su parte los grupos defensores de la censura o de la prohibición, tal cual, de toda pornografía sostienen que las representaciones pornográficas violentas contribuyen de modo directo y mecánico a conformar la conducta sexual de sus espectadores. Parece que ni el sentido común ni evidencia judicial alguna pueden respaldar estas inferencias, que de hecho fueron abiertamente descartadas por los informes encargados por los presidentes Nixon y Reagan, bien a despecho, por cierto, de los políticos que habían preparado y organizado dichas comisiones de investigación.
Seguramente tengamos que volver a pensar las relaciones entre los valores representativos y performativos de las artes, puesto que éste es un problema que se presenta recurrentemente y no sólo en el campo de la pornografía, basta pensar en la alarma social generada ahora por los videojuegos y no hace tanto por los programas de televisión. Parece que a la sociedad le cuesta deshacerse de cierto fetichismo de la representación estética y sus efectos hipnóticos sobre la población más impresionable: niños y mujeres como se ha dicho durante largo tiempo.