Post pornografía: entre el bricolage especializado y la crítica política
Es evidente que el sexo, junto con la gastronomía y la moda, el turismo rural o la visita a museos y galerías de arte se han convertido en cartas de una baraja que hay que saber jugar si no se quiere ser un apache. Parte de la cultura general, lo que se pretendía imparable revolución sexual se ha convertido en una más de las claves de un saber vivir normalizado. Saber cómo tener o inducir orgasmos múltiples o adosados es prácticamente un deber cívico y una multitud de publicaciones de difusión, libros y revistas se encargan continuamente de recordárnoslo y de proporcionarnos nuevas e infalibles claves para no fallar en el intento.
Quedaba, no obstante, la pornografía, último reducto del mal gusto, práctica inconveniente y objeto de ataque tanto por parte de los nuevos y viejos conservadores como de toda una oleada de feministas anglosajonas que vieron en ella, en la pornografía, la suma de todos los males de una sociedad que deshumanizaba, objetivaba y sometía sistemáticamente a vejaciones y violencias a las mujeres.
Ahora bien, parece que incluso este último bastión de lo incorrecto, de lo obsceno inaceptable puede estar por caer, ¿en manos de la normalización a lo Cosmopolitan?, es decir en manos de una concepción higienicamente guarra, educadamente obscena de la representación de la sexualidad, concebida como inane representación además....
Annie Sprinkle es una conocida actriz porno de los años 70, famosa por haber participado en más de 300 películas ordinarias del genero hasta mediados de los 90. En esta época Sprinkle decide pasar a la dirección y producción de sus propias películas porno generando una experiencia de lo más interesante. Especialmente destacable resulta “Herstory of porn” (Su –de ella- historia del porno) en que Sprinkle pasa revista a sus propias películas anteriores, aquellas en las que meramente actúa, comentándolas y destacando aspectos y situaciones de las mismas, todo un proceso de deconstrucción no exento de humor e ironía, para pasar luego a compararlas con sus primeras producciones como directora y actriz, a la vez, en las que explora de modo sistemático vertientes de su imaginario erótico y de los modos de representación fílmica.
Con ella se inaugura el campo de lo que se ha denominado post-pornografía y que como tantos otros “post” no es sino una recuperación de un estadio anterior al conocido y erróneamente identificado como genuino y único posible. En efecto con la post-pornografía de Sprinkle se trata en primer lugar de eliminar los restos de “fantasías de dominio” que pudiera haber en los materiales pornográficos –los comentarios de Annie sobre sus propias películas son un arma decisiva al respecto- y su recambio por una formulación tan textual y postmoderna como se quiera de la “fantasía de aceptación” en la que Sprinkle jugará gustosa y magistralmente el papel de puta ilustrada dedicada en cuerpo y alma a difundir su conocimiento y sus capacidades.
Aunque aun es muy pronto para poder juzgarlo, parece que el trabajo de Sprinkle ha tenido mucha más aceptación y circulación entre estudiosos-as de la queer theory y la cultura visual que entre el público habitual de los videoclubs porno.
¿Qué sucede entonces con esos millones de consumidores de porno “normal”? ¿son sólo descerebrados que manifiestan su odio a las mujeres a través del visionado de estos materiales? ¿o podríamos decir que en lo indigestible del porno que consumen anida algún tipo de resistencia?
Susan Sontag habla de cómo a partir de la revolución sexual de los 60’s se ha preparado mediante una amalgama de Rousseau, Freud y buen rollo liberal para una sexualidad completamente inteligible a la vez que una fuente preciosa de placer físico y emocional, la sexualidad normalizada y casi compulsiva de la que hablábamos más arriba. Las teologías de la liberación de mediados de los 60’s acusarían a la moral cristiana de la “represión” de esta sexualidad blanca, ejercida durante siglos y causante de miedo y ansiedad, así como de haberle dado su peculiar empaque a determinados elementos también naturales del apetito sexual, lo que se conoce aún como perversiones.
Frente a eso, la tradición imposible de Sade sostendría que con independencia de la historia represiva de la cristiandad, lo obsceno es una noción primaria de mucho mayor calado y que la sexualidad es una de las fuerzas demónicas y extremas de lo humano y no un mero complemento de la felicidad liberal.
Según Sontag, los personajes de Sade, como los personajes de comedia à la Buster Keaton, nunca son tratados en profundidad, carecen de esa profundidad : “la planicie emocional de la pornografía no es así ni una carencia de arte por parte de su autores, ni un indicio de incipiente deshumanización. Es un requisito para conseguir una respuesta sexual por parte del receptor que sólo en ausencia de emociones directamente sostenidas puede encontrar espacio para sus propias respuestas.”
Para nosotros esto no resulta tan obvio, si bien compartimos con la autora que la ausencia de emociones o sentimientos en los personajes pornográficos es un rasgo específico sino deliberado de la imaginación pornográfica, nos sentimos inclinados a defender que no se trata de que las emociones de los personajes pornográficos impidan la posibilidad de excitarnos ante un material pornográfico, se trata más bien de que tales emociones y sentimientos no nos resultan imprescindibles, no nos hacen ni poca ni mucha falta, para la configuración de un contexto pornográfico. Si molestan a alguien no es tanto al espectador de la pornografía como a la imaginación pornográfica misma en su pugna por definir un ámbito autónomo, y por ello tan distanciado de sentimientos y emociones como de valores morales, de lo erótico.
¿Consiste la única escapatoria al Cosmopolitan el conjurar las oscuras fuerzas sadianas que vinculan sexo y muerte? ¿Qué lugar reserva la post-pornografía para la ironía y la crítica política insertadas en las prácticas pornográficas mismas? Desde este ensayo queremos apostar por la capacidad de la pornografía para constituir un dominio de lo erótico autónomo, un dominio que escape tanto a las reducciones corporativas de las experiencias en "marcas" y productos homologados, como a su consideración en tanto "entertainment" o bricolage...
Para ello tendremos quizá que revisar los valores de performatividad, o las dialécticas más bien entre representacionalidad y performatividad que tan claramente se juegan en el campo de la pornografía.
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2 comentarios:
Pienso que la pornografía (en sentido clásico) actúa como nuevo estadio en la produccion de discurso sobre la sexualidad que Foucault rebeló tan brillantemente. Dos cosas a destacar de ella. Primero su aspecto espectacular, con esos primeros planos, ereciones infinitas y cuerpos exuberantes. Por otro lado su función normalizadora, que sirve de manual de introduccion a interminables generaciones de adolescentes, que explica posturas, formas de obtener placer, tipos de sexualidad.
Por otro lado la pornografía parece ser cada menos un espacio exclusivo de hombres. Las mujeres también demandan ahora pornografía. Nunca exisió un objeto mujer dominado por un objeto hombre, o quizá sí, pero al menos no en el sentido que le daban las feminsitas clásicas (basado en la hipotesis de la represion). Sino un determiando modelo de produccion del discurso adecuado a lo social que le inspiraba. La pornografía es y ha sido despues de todo mercado. Mercado alimentado por las lineas de fuga, por la inamnencia de lo social. Ahora la mujer, devenida-hombre, devenida-mayoria, también consume sexo.
Ahora bien, también está ese otro lado "oscuro" (y no me refiero a la post-pornografía) que muestra aberraciones sexuales y que creo que con la emergencia de la internet -junto a otros medios maquínicos de producción de subjetividad- ha logrado una gran expansion. Con ello hago referencia a ese tipo de pornografía post-sexual, si uno entra en una web de videos pornos interactiva (por ejemplo pajilleros.com) verá que los videos más demandados son aquellos que muestran estas "aberraciones". Enanxs, transexuales o dispositivos que convierten a las mujeres en hombres y a los hombres en mujeres (como el strap on) son los más demandados.
Creo que en este sentido puede producirse un movimiento hacia la descodificacion de genero. Movimiento que veo positivo y que en cierta manera es pararelo a la esquizofrenia general que acompaña nuestros tiempos.
Finalmente parece ser que todos somos queer, todos somos anormales, todos somos cyborgs.
Quizá, en este sentido, lo que habría que hacer es aprovechar este nuevo estrato, como se opera en el caso de la nueva post-pornografía para la producción de un nuevo discurso revolucioanrio sobre la sexualidad. Uno que la deconstruya.
Un otro apunte, hablabas de sensaciones y la ausencia de estas en las pelis porno, su austeridad a través del espectaculo -incluso mencionas a Sontag que hablaba sobre la demanda especifica de no-sensaciones. Pero ¿que significa que dentro de los videos más buscados esten los que muestran orgasmos? ¿o la emergencia de los videos caseros? ¿no es acaso una demanda de esta sensacion?
Esto me recuerda a la busqueda de "humanidad" dentro de la simulación que ofrece la pantalla. Hace poco, en un artículo sobre second-ĺife que leí no se donde, un usuario afirmaba que una vez sumergido en este mundo lo que más valoraba era conocer a otras personas para luego poder charlar con ellas via chat/video. Poco a poco iba dejando atrás el jeugo para dedicarse maś a las personas. Algo aprecido ocurre en los juegos de rol online masivos (MMORPG). Creo que ambas cosas tienen mucho que ver. La sensación viene dada por el contacto, la colisión, entre cuerpos ¿Puede ser este un movimiento para dotar de cuerpo, para desarrollar una política del cuerpo, dentro de la esquizofrenia, la molecularización general, el extasis de la imagen?
Un abrazo.
Atte. Al Azif
Por supuesto que todos somos anormales. La normalidad es la gran invención del orden de producción de subjetividad que alcanzó una de sus mejores articulaciones en el fascismo clásico...
Es genial que las mejores revelaciones en ese sentido no procedan de páginas post-porno producidas por instituciones y artistas de vanguardia sino de una web tan popular como "pajilleros". Esa y no otra es la vanguardia del pueblo unido -o acoplado-.
Pero lo que me parece más interesante es lo que dices sobre esa busqueda de "corporeidad" detrás de los fantasmas y simulacros de la red. Se acabó la glorificación postmoderna del simulacro como ente autónomo. Uno entra en la red y juega con los nicks y los avatares, claro que sí, pero luego todos queremos tocar pelo, la carne es irreductible a signos y es la obscenidad de esa carne la que se impone en la pornografía a los "flus" y a las convenciones más burdas. En breve publicaré otro texto sobre esa relación entre fantasma y cuerpo, entre representación y carne...
No es un tema menor si consideras cómo el capitalismo especulativo necesita tramas de confianza en sus secuencias de fantasmas: llámense fondos de inversión, arte o papel moneda...
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