Atasco en el Everest
Desde que alla por Mayo del 2012 el
montañero alemán Ralf Dujmovits hizo esta foto y le dio la vuelta
unos 40 grados para que todo pareciera más épico,
se ha puesto de manifiesto lo que ya venía siendo evidente desde
hacía bastantes años: el atasco está en todas partes, incluso en las zonas más difícilmente accesibles del planeta, como el Everest. Hasta 500 personas
al día han llegado a acumularse en las cordadas para subir a lo más
alto.
La cosa se pone especialmente seria en
uno de los tapones que se monta por encima de los 8.000 metros, donde
los escaladores han de esperar a veces hasta dos y tres horas.
El peligro de las congelaciones y que
precisamente a partir de los 8000 sea cuando empieza a registrarse lo
que los montañeros llaman deuda de oxígeno, contribuye a darle
emoción al atasco.
Aunque bueno, en esto de la emoción
cada cual hace -o cree poder hacer- lo que le sale del papote y el
mismo Ralf Dujmovits recuerda a un estadounidense que se empeñó en
subir con una bicicleta, “porque ese era su sueño”.
Claro que a lo mejor te toca subir con
una bici y bajarte con un muerto a cuestas: sólo en los últimos 840
mtrs hay 41 cadaveres sin recoger que a su manera forman su propio y
parsimonioso atasco.
Y además de atasco de cuerpos, vivos y
muertos, hay por supuesto un atasco de basura. Cada montañero
abandona a su paso, ambos lados de la cordada unos 6 kgs de basura,
sin contar con las botellas de oxígeno y los residuos humanos que,
congelados, duran más tiempo. Si contamos que la cima ha sido
alcanzada por unos 4000 excursionistas, nos salen unos 24.000 kgs de
basura. Seguramente a estas alturas sea más disfrutable un paseo por
el vertedero de Valdemingomez que por la ladera del Everest.
Eso no obsta para que las cifras de
paseantes de alta montaña sigan subiendo y subiendo pese a que -o
quizas porque- el coste medio de la expedición es de unos 60.000
euros por persona.
Volviendo a la foto del fenomenal
atasco que hiciera Dujmovits, cabría pensar que sólo de ver la foto
de marras se le habrían pasado las ganas a la gente de apuntarse al
tema. Pero ni el mismo fotografo está muy seguro al respecto: “Por
un lado, mi esperanza es que el número de escaladores se
redujera al ver la foto, pero también tengo miedo de que el Everest
se vuelva aún más popular, que la gente empiece a pensar: “Si
hay tanta gente, yo también puedo sumarme a la cola”
Y esa es la cuestión con la que
queremos conectar ahora. Igual que sucede en las colas de los
aeropuertos, la clave del atasco no está -como hemos dicho- en
considerarlo un incidente poco menos que odioso o inevitable.
La
relevancia del atasco radica en su capacidad para generar “valor”.
Cualquier tipo de cosa puede valer
mucha pasta -un cuadro de Damien Hirst, por ejemplo- porque hay gente
dispuesta a pagar esa pasta, porque hay gente atascada intentando
comprar uno.
Cuando vemos un atasco pensamos que si hay gente
atascada es porque al final del atasco debe haber algo de gran valor,
porque el hecho mismo de atascarnos nos hace pensar que estamos
generando valor.
Por más que éste sea un valor
directamente inexistente -como el de quien monta antes en un avión-
o un valor burbujesco -el más relacionado con el atasco- cuya más
clara característica es que no logra asentar ni decantar nada,
puesto que cuando revienta nada queda y sino que se lo digan a los
que quedaron atascados en una hipóteca y se quedaron sin casa y con
una deuda impagable...
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