Vivimos en un atasco.
Hay atascos cuando vamos a trabajar y
hay atascos cuando salimos de vacaciones.
Hay atascos de refugiados que quieren
entrar y atascos de turistas que quieren salir.
El atasco no es ya, si es que alguna
vez lo ha sido, un mero contratiempo.
El atasco muestra ahora una forma de administrar la precariedad y de
producir una escasez postiza. Postiza porque, a decir verdad, hay
sitio de sobras tanto en las oficinas del centro como en las playas
de levante, pero algo estaremos haciendo mal cuando aceptamos una
distribución de tiempos y espacios que nos convierte en prisioneros
de nosotros mismos, que nos convierte en torpes remedos de lo que
podemos ser.
…
En el atasco se deje ver lo que pueden
una lógica o una poética saturadas y superadas.
Saturadas porque en su mismo afan
acumulativo ha absorbido a más clientes de los que puede digerir.
Como un orador que se empeñara en acumular millones y millones de
oyentes a riesgo de perder toda eficacia comunicativa.
Superadas porque ha demostrado que
precisamente lo que menos le interesa es aquello por lo que en
principio se justificaba, la eficiencia, la comunicación, la
movilidad.
Es por ello que el atasco es la gran
figura de la contingencia postmoderna.
En la contingencia el orden, el que
sea, se ha visto desbordado -saturado y superado- pero ante todo se
ha vuelto incapaz de ofrecer un marco de sentido relativamente
estable y compartido.
Como toda contingencia el atasco puede
obcecarse no sólo siendo incapaz de producir sentido sino
insistiendo en negar cualquier posibilidad de sentido.
Si logramos romper el bloqueo de la
contingencia nos moveremos o bien hacia la experimentación, la
apertura de la posibilidad, o bien hacia la lenta reconstrucción de
un orden más simple y austero.
….
Otra de las maneras bajo las que
aparece el atasco es en forma de burbuja. Si nos atenemos a las dos
últimas grandes crisis: la de las empresas punto com y la
inmobiliaria, vemos que en ambas aparece la característica forma del
atasco: en ambos casos los inversores atascaron la concurrencia de
los mercados relacionados con las empresas relacionadas con la red y
con la propiedad inmobiliaria buscando beneficio justo en ese exceso
de concurrencia localizada en
que consiste todo atasco.
Todo sucede como si el mismo mecanismo
que impulsa al clasemediero vacacionado a buscar “ambiente” allí
donde va todo el mundo, impulsara a los inversores a amontonarse
comprando y vendiendo un mismo valor en un mismo sitio hasta que la
burbuja revienta y se hace evidente que el interés de esa inversión
o el de esa ciudad de vacaciones no era mas que espejismo provocado
por la aglomeración y concentración desmesurada de la demanda.
Por lo demás tanto en los atascos como
en las crisis de burbuja se dejan observar los mismos patrones
reiterados de angustia, irritación, oportunismo y precariedad del
sentido.
La otra cara del atasco y su
espacio-tiempo saturados hasta lo indecible es el vaciado, la pérdida
de interés del resto del mundo.
En esto opera el atasco una doble
violencia: estrangulando el pedazo de mundo que atasca y condenando
al olvido todo el resto.
Esto es especialmente visible en otros
procesos burbujescos como el de la especulación en el mundo del
arte.
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