viernes, 4 de mayo de 2012

Religión, cuidados, necesidades...

“Nada de esto puede suceder sin estilo”

 Karl Kerenyi


 Toda sociedad humana, por el hecho de serlo y para seguir siendo digna de semejante nombre, tiene que ser capaz de dar cuenta de una serie de necesidades, de cuya satisfacción depende la supervivencia y la reproducción de las comunidades mismas que la integran. Asegurar el sustento y el cobijo digno de todos sus miembros -por mentira que parezca ahora con la que está cayendo- seguramente sea una de esas necesidades fundamentales. Obviamente, más allá de la alimentación y el techo, hay otras necesidades quizá menos perentorias pero seguramente igual de básicas: tal sería el caso de la seguridad frente a agresiones de fieras salvajes o congéneres no menos salvajes o la necesidad de afrontar una serie de dudas y deudas, inquietudes y desesperanzas que surgen acaso de constatar nuestra fragilidad como seres vivos y lo desproporcionado de nuestra pobre inteligencia frente a la escala en que se juega y despliega la vida de las sucesivas generaciones. Y no estoy pensando sólo en la hipoteca y los bancos. En las lenguas romances se suele denominar religión al conjunto de axiomas, rituales y disposiciones que de un modo más o menos eficiente tienden a dar cuenta de todo ese orden de cuestiones de índole tanto existencial como cosmológica… En todos los contextos de creación cultural, las comunidades deben entender y ser capaces de articularse con la sucesión de las estaciones, de los ciclos biológicos, los diferentes elementos y por ello dar cuenta del orden, del cosmos y ser capaz por ello de tratar con el caos y la muerte. Si bien no hay acuerdo entre los estudiosos, se suelen traer a colación al menos dos etimologías diferentes para elucidar la palabra “religión”. Para Lactancio, Agustín de Hipona o Isidoro de Sevilla la raíz era el verbo “religare” mediante la cual se enfatiza el movimiento, el proceso activo por el que nos “religamos” con Dios y nos religamos –aunque los Padres de la Iglesia no hacen tanto énfasis en esto- con los demás fieles junto a los cuales formamos una ecclesia –es decir una asamblea- o una comunidad. La otra etimología que se centra, en cambio, en la 'observancia escrupulosa de los ritos y el cumplimiento exterior de las normas del culto, así como de la ley', hace derivar la palabra religión -como pensaba Cicerón- del verbo “relegere” como respetuosa relectura. Cicerón habla de los religiosos como aquellos «que retomaban cuidadosamente y de algún modo 'reunían escrupulosamente (relegerent)' todas las cosas que se refieren al culto de los dioses.» 1 Esta etimología que ha sido investigada y corroborada tanto por Walde y Hofmann, como por Benveniste, parece destacar el proceso de elucidación disciplinada de una repertorialidad ya instituida y clausurada en base a cuya observación y reelaboración cultual se forma, precisamente la comunidad. «La religión romana es una religión cultual, es decir, se basa en la repetición meticulosa de una serie de ritos legados por la tradición. Estas ceremonias sobre las que se vertebra la religión sirven para establecer una relación entre dioses y hombres, y su fin es mantener la pax deorum, es decir, las relaciones de buen entendimiento, de amicitia, entre los dioses y los hombres. Este estricto contractualismo afecta tanto al culto privado como al culto público.» 2 Esquivando esta disyuntiva etimológica o poniéndola en juego a su manera, el gran filólogo Karl Kerenyi, explicaba que religio significaba originariamente tan sólo una especie de “precaución selectiva”, un orden de cuidado. En esta dimensión, presente en las dos etimologías presentadas al principio, ya sea como cuidado de los demás miembros de la comunidad, o cuidado de las formas adecuadas de relación con los dioses... religare se opone a negligere, como un comportamiento cuidadoso se opone a un hacer negligente. Según Kerenyi, encontramos esta misma acepción en el sustantivo griego eulabeia (precaución) y el correspondiente verbo y adjetivo (eulabumai y eulabes). Eulabeia expresa una actitud general que se observa no sólo frente a lo divino sino frente a todas las realidades de la vida con las que ha de preservarse uno de la exageración tanto en positivo como en negativo. La eulabeia no es pues tanto temor a los dioses como un anhelo por dar con un comportamiento digno del ser humano3. En esa medida la eulabeia griega constituye una suerte de disposición, de orientación hacia el ethos característico del equilibrio y el cuidado que puede observarse por ejemplo entre aquellas personas que cuidan plantas, o los coleccionistas dedicados a poner de manifiesto escondidas relaciones entre los objetos más dispares, tal y como lo ha expuesto Walter Benjamin. … Con esta revisión etimológica de las raíces de nuestra cultura clásica sólo queremos poner de manifiesto que nada hay en la misma que predisponga que los comunes religiosos deban comparecer siempre blindados a la intervención disposicional de los usuarios. Quizás de otro modo -sobre todo si limitamos nuestra observación a las religiones del libro, podríamos dar en pensar que lo característico de las repertorialidades religiosas es que no sólo se presentan como no susceptibles de ser sometidas a elucidaciones repertoriales libres, sino que comparecen blindadas ante éstas en función de su carácter supuestamente trascendente o revelado. La cultura clásica de la eulabeia por el contrario, parece introducir la necesidad de una elucidacion disposicional como parte imprescindible de la devoción misma. Citando a la investigadora María Carreño, podríamos sostener que toda devoción es glosa y toda glosa es generativa. El campo de la religiosidad puede entonces resultarnos de vital interés para observar la relación entre los sistemas modales que se juegan en el gradiente instituyente-instituido, de los sistemas modales cercados, clausurados. Que esta clausura de los repertorios sea por imposición política o por revelación divina no es algo de nuestra incumbencia, en principio. Lo que nos interesa como estudiosos de los sistemas de procomunes es simplemente la constatación de la apertura dialéctica o el cierre repertorial... Y hablamos de la relación y no -de modo más simplista- de la contraposición tal cual, porque interesa destacar que incluso en los sistemas modales que se proclaman más cerrados en virtud acaso de su carácter sagrado hay siempre un grado de intervención disposicional, de los sacerdotes y teólogos por ejemplo, que corresponde a la imprescindible interpretación, la exégesis de los textos sagrados o de los signos con que se manifiestan los dioses o lo numinoso. Claro está que se trata en principio de una intervención disposicional restringida a una élite, como es el caso en el mundo del arte contemporáneo por otra parte. Asímismo incluso en los sistemas que gustan de proclamarse más abiertos a las intervenciones disposicionales acaba por colarse una cierta -y necesaria- inercia repertorial que hace que las colecciones de formas básicas no muten de modo ininterrumpido sino que por el contrario mantengan cierta remanencia, aun cuando ello contraríe las manifestaciones programáticas de sus fundadores. Es desde este punto de vista que cabría hacer una especie de historia sistémica de los repertorios de ritos y formas concretas de lo sagrado de tal forma que se pusiera de manifiesto el extrañamiento competencial, la incapacidad de abordar y modular los mitos, el efectivo blindaje o fetichización de dichos elementos o bien la porosidad disposicional mediante la que los fieles o determinadas élites serían capaces de adaptar y hacer evolucionar las mitologías, e incluso el dominio de creencias y formas socialmente asumidas como sagradas.

2 comentarios:

Josu Sein dijo...

Yo tengo un artículo titulado "Las 3 maldiciones monoteístas" frente a las denominadas paganas que considero positivas...

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Qué sorpresa descubrir tu blog. Saludos de bloguero a bloguero.
Jesús