Hete aquí el prologo que he preparado para un libro que ando tramando con mi compadre Jesús Rame, un libro con textos de Lukács sobre cine. Nada menos.
Saldrá publicado en breve en Plaza y Valdés.
....
Lukács
entra en el cine a ver qué echan...
y
le ponen una que va de autonomía,
de
medios homogéneos
y
de hombres enteros
entregados
a la tarea de ser
hombres
enteramente...
y
viceversa.1
Como
ya habrás sospechado, perspicaz y aventurado lector, este libro
presenta algunos trabajos de Giorgy Lukacs, recuperando así del más
infame e inmerecido de los olvidos algunos de los mejores textos
sobre estética y cine jamás escritos.
Se
trata de textos que no son, ni de lejos, tan conocidos como quizá
deberían ser, habida cuenta de las alegrías que a algunos de
nosotros nos han dado. Y vaya, no es extraño que no sean muy
conocidos porque, durante toda la Guerra Fría del siglo XX, Lukács
fue consistentemente y recalcitrantemente desprestigiado. Desde este
lado del muro se le miraba mal porque al haberse quedado a vivir en
Hungria tenía que ser -por fuerza- un cómplice del estalinismo y su
pensamiento estético -en el caso de tenerlo- no podría ser sino una
variación de los postulados más planos y previsibles del “realismo
socialista”. Obviamente ese no era el caso, su pensamiento y su
práctica fueron mucho más complejos que los ovejunos esquemas que
los líderes del partido intentaron imponer y como consecuencia de
ello y de la coherencia entre su pensamiento y su quehacer, su vida
no fue ni fácil ni precisamente privilegiada y como sucedió con
Maiakovsky o Shostakowich, estuvo varias veces con una pata en el
Gulag.
El
caso es que no hace falta indagar mucho para constatar que hay en el
pensamiento de Lukács planteamientos y desarrollos que van mucho
más allá de lo que los burócratas del estalinismo hubieran jamás
considerado y, por fortuna, también más allá de donde los críticos
“occidentales” de Lukàcs quisieron limitarlo.
En
concreto, el pensamiento estético de Lukàcs es para nosotros -ya
metidos de lleno en los problemas propios del siglo XXI-
profundamente relevante en la medida en que es un pensamiento de
la autonomía y la especificidad de los procedimientos
y modos de hacer de la estética.
Y
cuidado porque entender bien esto de la autonomía y la especificidad
de lo estético tiene un peso que sólo podemos ignorar a costa del
rigor y la entereza de nuestro propio pensamiento y nuestra práctica.
Lo
primero que hay que decir -una y otra vez- es que la autonomía de lo
estético en Lukács no compromete ni aplaza en lo más mínimo la
irrenunciable dimensión política que todo acto de comunicación
estética secretamente -como dice Eagleton- tiene. Antes al
contrario, como tendremos reiterada ocasión de ver, la autonomía es
precisamente la garantía de que aquella dimensión política pueda
darse sin suponer una renuncia servil a nuestra inteligencia ni a
nuestra sensibilidad, sino su movilización orientada a maximizar la
capacidad común de obrar y comprender.
Autonomía
en Lukàcs no significa nunca ni aislamiento ni fragmentación, sino
la más potente comprensión del lugar central que la
auto-organización debe ocupar en toda sociedad humana digna de ese
nombre. Lo estético, con su característica capacidad de juego, su
indagación en las más diversas coherencias, y su complicidad con el
misterio y la gracia de lo material puede ayudarnos de un modo
específico en esa tarea.
Y
justo de esto de la especificidad de lo estético es de lo que trata,
precisamente, buena parte del primer volumen de la “La peculiaridad
de lo estético”, la Estética por excelencia de Lukàcs.
Ahí
se dedica Lukács a indagar, tal y como anuncia en el título mismo,
aquello que resulta específico de lo estético, aquello que lo
diferencia de otros modos de hacer, como los que desplegamos en
nuestra vida cotidiana o los que organizan el conocimiento científico
o la acción política. Y de nuevo hay que insistir: por mucho que en
todo lo que hagamos contenga y despliegue una dimensión política,
esto no significa que todo quehacer sea -en absoluto- reducible
a ella, del mismo modo que por mucho que una experiencia dada nos
aporte conocimiento no es tampoco reducible a una dimensión
epistemológica. Es lo que tiene la complejidad de lo efectivo, de la
que Lukács es un temprano y aventajado pensador.
De
modo distintivo, dirá Lukács, lo que intentamos desde lo estético
es un amago de construcción de la realidad, un peculiar tipo de
reflejo de la misma. Pero no se trata de cualquier reflejo. Se
trata, para empezar, de un reflejo antropomorfizador, es
decir, un reflejo que da forma humana al mundo, que nos lo acerca y
nos lo hace más habitable. Y se trata además de un reflejo
antropomorfizador que toma como campo la totalidad intensiva,
esto es, que no pretende necesariamente abarcar de modo coherente
todo el mundo en su conjunto sino una parte determinada del mismo,
una experiencia limitada del mismo que hemos vivido, eso sí, con
especial intensidad y al que le tenemos una alta querencia. Es esa
querencia, esa atención cuidadosa2
la que confiere a la experiencia estética un cierto carácter de
totalidad, puesto que aun siendo limitada la convertimos en patrón
de un modo de relación posible y necesario.
A
esto le llama Lukács la particularidad, y la entiende como un nivel
de la experiencia que no sólo es el característico del reflejo
estético, sino que nos permite situarnos en un dominio que es de más
amplio alcance que la singularidad -que corresponde a lo
inevitablemente contingente y desacoplado de buena parte de nuestra
vidilla- y que queda más caracterizado que la generalidad -que nos
resulta demasiado abstracto y frío-. La particularidad de un modo de
relación concreto nos adentra así en una dialéctica entre lo
puntual y lo universal, un juego que nos permita descubrir y
articular los modos de relación que constituyen nuestras propias
vidas.
Una
lectura contemporánea de la Estética -después de John Berger, de
Certeau e incluso Bourdieu- podría bien mostrar cómo los “modos
de relación” o los “modos de hacer” pueden ser una
interpretación plausible de las unidades mínimas de articulación
de la producción artística y la experiencia estética.
…
Si bien, como hemos venido insistiendo, la autonomía que Lukàcs otorga al reflejo estético no hace de éste algo aislado, encantado consigo mismo, el filósofo hungaro sí que va a sostener que toda práctica específica -no sólo la estética desde luego- tiene la irrenunciable necesidad de un cierto apartamiento y una suspensión, más táctica que estratégica, de las finalidades prácticas inmediatas, de forma que se constituya con fuerza lo que él denomina el “medio homogéneo”.
El
medio homogéneo -o la obra de arte lograda si queréis- no es una
realidad objetiva independiente de la actividad humana, sino un
“particular principio formativo de las objetividades y sus
vinculaciones, unas y otras producidas por la práctica humana” de
cuyo flujo continuo, como hemos dicho, se mantiene un tanto retirado.
Las
dos características claves del medio homogéneo -sin el que no
puede darse ni la obra de arte ni la experiencia estética- serán
cierto “estrechamiento de la apercepción del mundo”, que
nos permite concentrarnos3
en algunos de sus elementos... y la suspensión de las finalidades
prácticas inmediatas que nos permite entregarnos plenamente a
esa experiencia que se nos ofrece y que nos permite ser curiosos, es
decir, cuidadosos.
En
palabras del mismo Lukács: “para que surja un medio homogéneo en
el sentido de la estética, hace falta ante todo,
imprescindiblemente, una cierta permanencia relativa de tal
comportamiento humano” esto es, de un modo de hacer concreto que
podamos reconocer e invocar, “y por otra parte, tiene que
producirse una suspensión temporal de toda finalidad práctica”
para así poder habitar plena y tranquilamente ese modo de hacer en
tanto tal modo de hacer, explorando sus matices, sus coherencias y
sus posibilidades, tratándolo con esa atención que sólo damos a
aquello que consideramos -así sea en un amoroso intervalo- como si
fuera un fin en sí mismo.
Otro
rasgo esencial del medio homogéneo será el de su fundamental
diversidad. En efecto, su estructura y diferenciación será
forzosamente plural puesto que su objeto es el amplio abanico de
relaciones de los hombres entre sí y con el mundo -y no la
estructura misma del objeto.
Aquí
se abre el campo para discutir hasta qué punto sigue Lukács los
planteamientos de la estética kantiana, o bien un pensamiento
relacional que eoncontrará más resonancia en el trabajo de
Mukarovski, Propp o el mismo Wittgenstein cuando considera el papel
de los juegos de lenguaje.
Esa fundamental diversidad de los modos de hacer encontrará su arraigo y su destino en la vida cotidiana, en el contínuo de relaciones efectivas que constituyen nuestro paisaje. Y también contribuirá nuestro autor, de modo brillante, a elucidar esta cuestión.
Lo
hará a través de la exposición de la constante dialéctica entre
la condición “enteramente humana” -que se descubre y alcanza las
más altas cotas de dignidad y brillo en la experiencia estética- y
nuestra contextura como “hombres enteros” -que todos somos en la
medida en que habitamos múltiples dimensiones del quehacer y somos
-como Spiderman- vecinos, amigos, fotógrafos o repartidores de
pizza. Inevitablemente es de esa condición de “humanos enteros”
de la que partimos para ser “enteramente humanos” y a la que
-menos mal- volvemos todos, una vez que nos hemos desplegado
enteramente en la experiencia estética, la erótica o la filosófica.
Lukács
lo explica diciendo que los impulsos que pueblan la vida cotidiana
del “hombre entero” “pasan a la obra de arte y se convierten en
elementos constructivos objetivos de ésta, en determinaciones del
qué y el cómo de su objetividad”. Así las cosas cuando estamos
siendo “hombres enteramente” en el medio homogéneo de la
experiencia estética, logramos una cierta clausura operacional en la
que no se pierde la “riqueza de determinaciones y tendencias”
propias de la obra de arte y la experiencia estética. El “hombre
enteramente” contribuye así decisivamente a “la concentración y
preservación del medio homogéneo, a su desarrollo como portador de
un mundo, como órgano del reflejo estético de la realidad”.
Con
ello se deshace Lukàcs de los restos de absolutismo estético que
pudieran haber perdurado en las tesis de Schiller que –a todo esto-
sostenía que el hombre sólo era enteramente hombre, cuando
jugaba, es decir cuando se sumía en la experiencia estética. Lukàcs
asumirá la verdad antropológica, o la exigencia de verdad más
bien, contenida en esta famosa formula schilleriana sólo para
completarla con una dialéctica que enlaza contínuamente -como hemos
visto- al hombre entero de la vida cotidiana con el hombre
enteramente de la experiencia estética.
Esta dialéctica se acompaña, a su vez, del postulado de un quiasmo, de una doble naturaleza del hecho artístico y la experiencia estética: por un lado habría en ellas una dinámica autopoiética por la que la obra o la poética en cuestión se produce a sí misma -y no puede ni debe hacer otra cosa- circunscribiéndose a su propio medio homogéneo... mientras que por otro lado habría una dinámica simpoiética que inevitablemente la fuerza a negociar su espacio y su quehacer, poniendo en riesgo su consistencia, por supuesto, pero abriéndola también para contribuir a la conformación de un paisaje, de un ámbito extendido en la cotidianeidad y en la vida social y política de los hombres devenidos nuevamente “hombres enteros”.
Introducimos
aquí los palabros de lo autopoiético y lo simpoiético -lo que se
produce a sí mismo desde la clausura operacional y lo que dotado de
límites difusos se conforma a través del conflicto y la
colaboración- para evitar confundir dichas dinámicas con los viejos
-y sordidos- lugares comunes de lo subjetivo y lo objetivo. La
dinámica autopoiética de los dispositivos estéticos en absoluto
puede ser reducida al ámbito de lo subjetivo puesto que comparece
tramado por toda una serie patrones comunes, de leyes
supraindividuales, específicas de la práctica artística en
cuestión. Así lo dice Lukács: “es imposible por principio poner
el medio homogéneo de cualquier arte, moverse en él libre y
fecundamente, si esa posición y ese movimiento no son de carácter
completamente personal... pero no menos imposible es expresar la
personalidad creadora en el medio homogéneo de un arte si su
desencadenamiento no coincide con el cumplimiento [o la crítica, o
la deconstrucción como formas de cumplimiento al cabo] de las leyes
objetivas imperativamente prescritas en el medio homogéneo y si esa
coincidencia no es inmediata y evocadora”.
Lukàcs
concibe las leyes de lo artístico-autopoiético como las mediaciones
necesarias, aunque históricamente relativas “para captar el
mundo de la humanidad desde un punto de vista determinado y esencial
para los hombres”. Pero esta dinámica autopoiética -en la
que se manifiesta tanto la necesidad interna como las posibilidades
de cada poética- inevitablemente se verá comprometida en una
dinámica simpoiética, presente ya en el mismo hacerse
efectivo de la obra de arte o la experiencia estética concreta. Sin
duda lo simpoiético aparece ya en el tour de force entre las
disposiciones concretas de cada artista o espectador y el juego de
necesidad y posibilidades que constituye cada poética. El engarce de
ambas dinámicas producirá ese reflejo de una totalidad intensiva,
organizando su potencia como portadora de un mundo propio, en
interacción con el cual y a través de la dialéctica hombre
entero-hombre enteramente-hombre entero, podemos todxs conspirar para
rehacer nuestros paisajes, así como reforzar nuestros repertorios y
nuestras disposiciones, nuestra capacidad -en suma- de intervención
plural y lúcida en nuestras propias vidas, que a todo esto no es
poca cosa.
Pero
Lukács va más lejos, siempre va más lejos. Y se atreve también a
pensar los alcances y los límites del conjunto de esas totalidades
intensivas. Si Lukács hubiera conocido los desarrollos en genética
de finales del siglo XX, sin duda, habría relacionado ese campo de
expresividad y significación artísticas con lo que Conrad
Waddington llamó “valles epigenéticos” entendidos como
conjuntos de vectores -núcleos de viabilidad les llama Waddington-
en torno a los cuales se agrupan y organizan las posibilidades de
configuración de los diferentes fenotipos.
Y
hete aquí inesperadamente una de las grandes contribuciones de
Lukács a una de las más recurridas controversias contemporáneas de
lo estético, aquella en la que se ha pasado como diría Chomsky de
un concepto no problemático del relativismo -las experiencias
estéticas pueden variar ampliamente- a un planteamiento del todo
insostenible -todo vale en tanto experiencia estética-.
Lukács
sostiene una noción relacional de la actividad estética. El reflejo
del que siempre habla no es más que la muestra de un conjunto
discreto y significativo de las relaciones que sostenemos con el
mundo. Todo reflejo especifica así un modo de relación.
Sin
duda hay muchos modos de relación, pero ¿tiene algún sentido
pensar que el conjunto de modos de relación que somos capaces de
establecer con el mundo sea un conjunto infinito? Para Lukács, como
para la inmensa mayoría de las culturas estéticas no occidentales y
premodernas, la respuesta es un rotundo no. Por amplio y variado que
sea dicho conjunto de reflejos, de modos de relación todo apunta a
que es más sensato acotarlos en un conjunto que nos permita
orientarnos y sobre todo establecer comunidades de sentido. Sin tener
que comprometerse en ningún tipo de innatismo estructural, al estilo
de Chomsky, lo que Lukács plantea es simplemente el interés que
tiene el hecho de la reiteración de patrones narrativos y
situacionales en contextos culturales muy diferentes.
Lukács
opta por apoyarse, de hecho, en un autor tan poco citado hoy como
Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, quien siguiendo a Hegel sostiene
que “la acción, la práctica, es una` inferencia´ lógica, una
figura de la lógica. Y es verdad, no naturalmente en el sentido de
que la lógica tenga su ser-otro en la práctica del hombre
(=idealismo absoluto) sino en el sentido inverso de que la práctica
humana por el hecho de repetirse miles de millones de veces, se
imprime en la consciencia humana como figuras lógicas. Estas figuras
tienen precisamente (y sólo) gracias a esa repetición innumerable
la firmeza de un prejucio y carácter axiomático”.
Las
culturas estéticas aparecen entonces dotadas de cierta autonomía
que deriva su fuerza, su “derecho” no de ninguna prescripción
ontológica o metafísica, sino de un concreto devenir histórico,
evolutivo y social, que le ha ido confiriendo esa solidez. Por
supuesto la apuesta de Lenin debe complementarse con la posibilidad
de la “invención” de nuevos modos de hacer no vinculados a
formas previamente jugadas de la práctica. Se trata obviamente de
una dialéctica de lo viejo y lo nuevo que los sistemas estéticos y
las poéticas no occidentales y previas a la modernidad han sostenido
con una sorprendente continuidad.
A
la hora de pensar el cine Lukács no se aleja de este juego entre lo
común y lo extraño, entre mythos y praxis como sostuvo Aristóteles.
La unidad en la que se pone en obra dicha tensión la denomina Lukács
“unidad tonal emocional”, concibiéndose dicha unidad tonal como
carácter básico vinculado a la objetividad indeterminada que
refleja. La “unidad tonal emocional” es la que hace cobrar pleno
sentido estético a todos los recursos técnicos que articulados
según dicha unidad acaban por caracterizar el conjunto de la obra.
Esto
resulta especialmente pertinente en el cine puesto que si bien en la
literatura y las artes plásticas esa unidad de tono anímico es una
de las consecuencias necesarias de la conformación de constelaciones
radicalmente humanas, en el cine cada imagen irradiará primariamente
una unidad tonal determinada e intensa.
Si
no lo hace, si no hay esta articulación de las imágenes, los
diálogos o la música en una unidad tonal emocional, el film no
existirá en un sentido estético.
Tampoco
se trata en esta pequeña presentación de hacer un spoiler de todas
las grandes ideas que el pensamiento estético de Lukács tiene
reservadas para pensar el cine, se trataba más bien de lanzar un
teaser que os dejará con ganas de más. Si ese es el caso me daré
por contento.
1Ya
averiguará el lector si lo que vió Lukacs era una peli de
Peckimpah, una de Zang Yimou...
2Inevitable
momento publicitario: esta noción de atención cuidadosa,
“eulabeia” la llamaba Kerenyi, me resulta cada vez más querida.
Algo sobre ella puede leerse en los trabajos de Carl Kerenyi y en mi
“Estética Modal”.
3
Y ello -dice Lukács- “no sólo por lo que hace al qué de
lo recibido y representado sino también en lo que se refiere al
cómo de las formas de manifestación”
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