Distinciones
útiles.
La
reflexión estética como cualquier otra disciplina necesita de
herramientas. La tabla de los modos positivos y negativos con sus
leyes intermodales nos permitirán explicar y dejar fluir algunas de
las distribuciones básicas de la sensibilidad y la acción estética,
sin tener que simplificar forzadamente las diferentes tendencias y
realidades de lo estético, lo artístico y lo cismundano.
Pero
pese a la fuerza de la tabla modal, o quizás por dicha fuerza, será
preciso que integremos los modos y las categorías modales en un
marco de pensamiento más amplio. Para ello nada mejor que volver la
mirada sobre la historia del pensamiento estético, puesto que en él
se encuentra todo un disperso tesoro de hallazgos fundamentales que
nuestra apresurada, embotada y soberbia contemporaneidad apenas tiene
tiempo de apreciar.
...
Siempre
es recomendable tener presentes a los clásicos, y si se pretende dar
cuenta de una tradición tan amplia que vaya del arte arcaico a la
vanguardia, de la belleza natural a la generada por ordenador,
entonces ya esta vuelta al arsenal conceptual clásico es poco menos
que inevitable.
En
concreto lo que nos interesará recuperar y repensar es la vieja
distribución entre lo ontológico, lo epistemológico y lo
axiológico:lo que hay, lo que podemos conocer y lo que nos permite
organiza nuestra acción. Estos han sido los pilares de la reflexión
filosófica desde antes de Aristóteles y más allá de Kant.
Por
supuesto que una distribución no es un hachazo, ni la distinción
entre estos niveles supone congelarlos, separándolos entre si. Antes
al contrario, sólo distinguiéndolos y apreciando sus especifidades
podremos luego verlos juntamente formando modos de relación, dando
cuerpo a la “complejidad”.
...
Incluso
entre pensadores recientes y tan modernos como Gerard Genette, se
habla de “atención estética” cuando a la atención a los
aspectos formales se añadía una dimensión apreciativa que animaba
y orientaba dicha atención aspectual.
Y estaba bien avanzar la distinción y la coalescencia entre ambas
cosas, entre el aspecto cognitivo y el evaluativo... aunque
seguramente el esfuerzo de Genette para aquilatar la atención
estética funcionaría mejor si a la dimensión formal y a la
apreciativa se añadiera una tercera dimensión, a saber, la
estrictamente material.
Con
ello podríamos proceder a recuperar tres distinciones, procedentes
del acervo clásico del pensamiento estético y que precisamente dan
cuenta de esas tres dimensiones: la material, la formal y la
apreciativa. Se trata de los conceptos de Estratos, Categorías y
Valores, que resultarán pertinentes respectivamente en los planos de
lo ontológico, lo epistemológico y lo axiológico.
Ello
supone asumir que los estratos dan cuenta del mundo tal como es.
Las
categorías nos lo presentan tal y como -de diferentes modos- nos
es dado conocerlo.
Los
valores tal y como lo hacemos a través de nuestra acción y sus
prioridades.
Implícitas
en nuestro designio de recuperación conceptual hay varios axiomas
que quizás alguien se sienta tentado de rechazar. Son los
siguientes:
Que el
mundo existe. Lo cual, tal y como van las cosas no es ninguna
tontería.
Que
podemos conocerlo, al menos en parte.
Que
podemos intervenir en él -por humilde que sea nuestra
intervervención- mediante nuestro quehacer y sus prioridades.
Tal y
como los entendemos, estos tres axiomas han de aceptarse o rechazarse
en su conjunto, puesto que como veremos, es primero imprescindible
diferenciar estratos, categorías y valores para no confundir sus
respectivas funciones, pero de inmediato es imprescindible entender
cómo funcionan en sus conjuntos, en los modos de relación
que tienden a conformar.
Este
funcionar conjunto se da tanto de abajo hacia arriba (de lo
ontológico a lo formal y lo axiológico) como al revés, de tal modo
que desde lo más alto -abstracto y plástico- se vuelve siempre a
empezar ciclo, orientándose nuestras acciones axiológicamente hacia
nuevas regiones de lo ontológico a las que quizás no habíamos
prestado suficiente atención y que ahora, desde esa renovada
prioridad axiológica se convierten en objetos prioritarios de
nuestra fábrica categorial y en nuevo catalizador de ulteriores
ajustes axiológicos, de reorganización de nuestra mirada para el
valor.
Por
explicarlo en otros términos, esto acaso se entienda mejor si
dejamos claro que si bien los estratos comparecen siempre mediados
categorialmente, esto no nos permite concluir que nada hay
fuera del discurso. Es tiempo de advertir los excesos del
neokantismo y el textualismo derrideano entre otros. De todas sus
investigaciones no se puede legitimamente concluir sino que nada
podemos conocer fuera de los esquemas cognitivos de los que histórica
y socialmente nos dotamos. Eso, que a todo esto ya lo sabíamos con
Kant, no ha dejado de enmarañarse y no es mal momento para volver a
aclararlo.
A su
vez también habrá que sostener que si bien las categorías
siempre se despliegan axiológicamente orientadas, dicha
contaminación axiológica no anula en absoluto el potencial
cognitivo de las categorías, sólo lo situa, lo arraiga social e
históricamente, permitiéndonos entender mejor tanto los alcances
como las limitaciones de cada conjunto categorial. Es decir, sabemos
como todos los pensadores de la sospecha se han preocupado de hacer
notar, que el conocimiento no es puro, sino que está trufado de
valores, prejuicios e ideologías... y sabemos -históricamente lo
sabemos- que nada de eso ha impedido que el conocimiento diera cuenta
-al menos en parte- de algo que efectivamente existía -desde las
estrellas hasta las bacterias- y que nos importaba conocer.
…
Como
recuerda Lukács “hace falta alcanzar una determinada altura en
el desarrollo de las fuerzas productivas, de la división social y
tecnológica del trabajo, etc para que esas fuerzas puedan entrar en
contacto con objetos y complejos naturales que en sí mismos existían
ya antes. Por ejemplo, para los hombres de la edad de piedra no
existían las minas metalíferas”.
El mundo evidentemente era “el mismo” para ellos y para nosotros,
las relaciones de dependencia y emergencia entre estratos -como
veremos- eran las mismas, pero había entre ellos y nosotros, como la
habrá entre nosotros y los humanos de dentro de un par de siglos,
una clara diferencia categorial. “Ninguna sociedad -vuelve a
decir Lukacs- ha estado nunca en intercambio con la totalidad
extensiva e intensiva de la naturaleza”,
sino sólo con aquellas secciones de la misma, aquellos estratos para
percibir las cuales tenía categorías. Parafraseando a Marx y
Engels
podríamos decir que en cada estadio de la historia se da una suma de
fuerzas de producción, una serie de modos relación con el mundo,
que es heredada -más o menos resignadamente- por cada generación de
la que la precede. Una serie de modos de relación que será acaso
modificada por la nueva generación pero que prescribe a esta sus
propias condiciones vitales y le da una determinada evolución y un
carácter especial. De tal modo, se puede decir que los hombres
hacen las categorías y las categorías hacen a los hombres.
Obviamente, sólo las versiones más mecanicistas del marxismo han
podido sostener que es la evolución económica la única que está
detrás del conjunto de categorías que una sociedad dada es
capaz de desplegar. Como hemos visto, tanto en Marx como en Lukács,
se da una atención clara al grado de desarrollo tecnológico,
jurídico o estético (por citar unos pocos) que de hecho aportan
también categorías específicas que nos hacen ver unas u
otras secciones y aspectos del mundo que de otro modo no seríamos
capaces siquiera de percibir.
La
comparecencia histórica de las categorías -como tendremos ocasión
de ver en el capítulo dedicado a ellas- no sólo pone de manifiesto
ese descubrir y poner en obra aspectos pasados por alto de los
diversos estratos sino que además conllevan la aparición de otras
categorías más que son, por así decir, exigidas por las primeras.
Así la categoría de la “biodiversidad” en su desarrollo e
implementación ha traído una redefinición de la noción de
complejidad y ha exigido a su vez el concurso de la categoría de
resiliencia (aplicada a un ecosistema complejo y no a un material).
Y ahí,
de la mano de este mismo ejemplo, se deja aprehender el segundo cruce
conceptual que hacíamos al principio, a saber que las categorías se
dan siempre orientadas axiológicamente, seleccionadas y organizadas,
por ejemplo, según teleologias del valor más alto o más ancho. Y
muy a menudo estas orientaciones axiológicas comparecen cerradas al
análisis, estructuradas modularmente, es decir opacas a la
inspección y pretendiendo ser automáticas y eficientes en su
performatividad. Esto requiere clarificación y combate.
Así
por ejemplo toda vez que contamos con las ya mencionadas categorías
de biodiversidad y resiliencia corresponde al nivel de lo axiológico
establecer unas prioridades, unas proporciones si se quiere y una
dirección determinada, una orientación. Seguramente haya casos en
que a partir de la mera información proporcionada por las categorías
desplegadas quepa tomar una decisión -y esto es particularmente
cierto del ejemplo que hemos tomado- pero incluso en este caso no
tenemos que tener miedo de llevar la cuestión a un plano axiológico,
un plano en el que los valores -como veremos- no constituyen reductos
opacos, sino que son siempre elementos que deben ser combinados con
otros, puestos en juego y en orden de un modo público y
transparente, para así saber a qué atenernos. Así sin duda el
valor del bienestar o incluso el del lucro privado pueden o no ser
valores en sí perfectamente legítimos y como tales no han de temer
verse las caras con otros valores como el cuidado de las generaciones
futuras o la generalización de niveles altos de calidad de vida
ambiental.
Por
supuesto que no vamos a entrar en estas discusiones, más propias del
ámbito disciplinar de la ética, pero valgan los ejemplos aducidos
para reforzar la tesis de base, una tesis que sin duda va a ser
relevante para nuestro análisis estético.: los valores siempre se
ponen en juego sobre el terreno acotado por las categorías. O dicho
de otro modo a cada valor corresponden una o varias categorías que
proporcionan el medio sobre el que el valor hace lo que tiene que
hacer, es decir, juzgar o evaluar. Esto no supone, para nada,
confundir el ámbito cognitivo y el evaluativo. Antes al contrario se
trata de poderlos distinguir para luego ponerlos en una conexión que
respete su autonomía.
…
Algo
nos puede placer sin concepto, como quería Kant, pero no sin
categorías de uno u otro orden, ya hayan sido explícitamente
desarrolladas y educadas o simplemente las hayamos traído a rastras
de otro ámbito cualquiera de nuestra experiencia.
Esto
nos llevará de lleno al problema de la belleza, como muestra del
problema de lo axiológico, que luego veremos con todo detalle.
Cuando decimos de algo que nos gusta, siempre -lo sepamos o no- nos
estamos refiriendo a uno o varios ejes categoriales: la armonía, la
simetría, la proporción... o lo bizarro, lo sorprendente o lo
terrible. Tanto da. Toda belleza -todo orden de belleza- se dice
siempre aludiendo a un determinado óptimo categorial, o si se
quiere ser más preciso, un óptimo modal, puesto que por lo
general nos las veremos no con la excelencia o el logro de una única
categoría aislada, sino con el óptimo desplegarse de un equilibrio
-típico y concreto a la vez- de varias de ellas que comparecen según
un determinado modo de relación. La belleza entonces no es ni
absoluta ni relativa: es relacional.
Y son
estas relaciones, estos modos de relación, los que en un momento
dado tienen una consistencia tal que las hace reales, tal y como han
sostenido los pensadores realistas, como Eddy Zemach
que han enfatizado que los juicios estéticos sobre belleza tienen un
manifiesto valor de verdad puesto que “la belleza, fealdad,
gracia, donaire y propiedades estéticas similares son rasgos reales
de objetos públicos y que el que estos rasgos se den es una cuestión
de hecho que puede ser empíricamente contrastada”
Lo que
el pensamiento modal puede hacer en este escenario es distinguir
entre los elementos que aquí hemos introducido, haciendo notar que
los juicios se dan inevitablemente a partir de un campo categorial
dado y que las categorías de las que dicho campo se compone pueden
variar con el tiempo, dejando de estar presentes aquellas que -en su
día- sirvieron de base para uno u otro juicio de valor. La discusión
toda entre nominalistas y realistas se contiene así en la definición
misma de las categorías como algo más que predicados y menos que
principios. Los realistas como Zemach tienen razón al sostener
que los juicios, realizados sobre un campo categorial, tienen un
valor de verdad, porque ponen de manifiesto algo que es más que
un predicado, algo que de hecho, conviene al objeto en cuestión.
Por su parte los nominalistas como Goodman tienen también
razón porque dichos juicios, y las categorías sobre las que se
apoyan, son menos que principios y por ello no agotan ni
definen exhaustivamente al objeto, pudiendo incluso dejar de estar
presentes en nuestra aprehensión de la cosa en cuestión.
Todas
estas cuestiones son apasionantes sin duda, pero para poder
abordarlas con más claridad y solidez tendremos antes que exponer
con mucho mayor detalle, tal y como nos proponíamos, las
distinciones útiles de los estratos, las categorías y los valores.