Inicio este pequeño ciclo de artículos sobre Teoría Eléctrica del Arte, en un discreto homenaje a mi formación como electricista. Sí, era en serio lo de haber estudiado Filosofía y Electricidad.
Y por supuesto se los voy a dedicar a mi compañero Pedro, de las tutorías de Fuenlabrada, que comparte conmigo el doble currículo y las múltiples pasiones.
...
Un
circuito -en buena teoría eléctrica- es una red dotada de al menos dos componentes y que contiene, como mínimo, una trayectoria
cerrada. En un circuito eléctrico podríamos encontrarnos con un
conjunto amplio y variable de componentes tales como fuentes,
conductores, resistencias, interruptores, condensadores, inductores,
etc...
Obviamente,
los componentes de un circuito estético pueden también ser muchos y
ser variables. En nuestro contexto cultural podríamos decir que
artista, espectador, obra, institución, comisario, crítico,
teoría estética, comunidades de gusto, etc...resultarían
concebibles como componentes, pero obviamente no es preciso que sean
justo estos, ni que estén todos ellos presentes, ni que estén
distribuidos del mismo modo, para saber que estamos ante un
circuito.
Basta
-repetimos- con que haya dos y basta con que entre estos dos, obra y
espectador, artista y obra... haya una diferencia de carga y el
consecuente intercambio de electrones.
Pero
antes de meternos en detalle con los problemas de lo estético, será
bueno que digamos algo más sobre los diferentes componentes de un
circuito, y que insistamos en la medida en que estos pueden tener un
diferente peso estructural y una diferente orientación funcional.
Es
interesante considerar que en teoría eléctrica se considera que una
fuente es un componente
que se encarga de transformar algún tipo de energía en energía
eléctrica. Y digo que es interesante porque de este modo los
electricistas nos ahorramos un montón de discusiones estériles como
discutir cual es el tipo de fuente por excelencia o si tu fuente es
más grande que la mía. Podríamos entender que en nuestra tradición
cultural reciente se han considerado como fuentes
a los artistas y a las obras de arte, es a ellos a los que se ha
atribuido normalmente la transformación de otros tipos de energía
en energía estética. Pero nada impediría, desde luego que eso
cambiara, de modo que otros componentes del circuito como las
comunidades de gusto o determinados lenguajes de patrones se
convirtieran en fuentes.
Asimismo
podríamos concebir -sin salir de nuestra propia cultura artística-
cuales podrían ser los elementos institucionales o mediáticos
susceptibles de funcionar como conductores, semiconductores, o
interruptores en un circuito estético dado. En los dos últimos
casos nos encontraríamos con una especie de resistencia estéril,
que importará contrastar con las resistencias generativas que
analizaremos enseguida.
…
Con
esto bastaría para iniciar un acercamiento de orden estrictamente
sistémico -y limitado a nuestra cultura artística- a lo que podria
ser una pequeña teoría de circuitos. Pero resulta que queremos ir
más allá, obviamente porque vamos a complicar un poco más el
asunto y a sostener una pequeña teoría sobre qué tipo de
componentes resultan más explicativos para una teoría eléctrica
del arte, tout court, una teoría eléctrica del arte que vaya más
allá de nuestras limitadas tradiciones y convenciones.
Una de
las mayores expertas en arte tribal, Susan M. Vogel1,
describía la práctica artística de los Baule, precisamente, en
tanto que mediante una serie de prácticas y dispositivos mezclaban y
ponían en contacto, formando circuito, una serie de
componentes que ella caracterizaba como
a)
espíritus y poderes invisibles,
b)
objetos físicos ordinarios y
c)
esculturas altamente elaboradas.
Obviamente
no vamos a pretender reducir los componentes del circuito
estético-eléctrico de los Baule al de nuestra propia cultura, ni
los nuestros al de la suya, por mucho que en ambas se manejen objetos
cotidianos, objetos elaborados específicamente para estar en ese
circuito e ideas abstractas o conceptos...
No,
más bien vamos a intentar que la puesta en común nos lleve algo más
allá de ambos. Para ello sostendremos que para los Baule -como para
nosotros o para Hegel- la experiencia estética se construye mediante
la puesta en relación, en circuito, de componentes procedentes de
estratos2
diferenciados. Con eso nos
bastará de momento mientras nos damos la ocasión de exponer con
todo detalle una teoría de los estratos. Y mencionamos a Hegel
porque, como se recordará, el filosofo prusiano, con todo el
ensimismado encanto del romanticismo idealista, explicaba el esquema
básico del circuito estético más simple, como la “aparición
sensible de la Idea”3,
Sabemos que se tratará en Hegel de dar cuenta de una
aparición-apariencia sensible que no pretende monopolizar lo
estético, puesto que es sólo superficie4,
exterioridad que el bueno de Hegel intentará eliminar por completo
en la poesía y la música, como si estas artes fueran más puras que
la arquitectura o la pintura...
En
cualquier caso, e incluso en Hegel, queda clara esta inevitable
relacionalidad, este imprescindible ponerse en relación de
componentes ontológicamente diferenciados.
La
centralidad de este ponerse en relación ha quedado, por lo
demás, claramente de manifiesto en el pensamiento estético que va
de Kant a Mukarovsky, en la medida en que ha planteado la definición
de las ideas estéticas en función de la imposibilidad de su
reducción a concepto. Los
conceptos, lógicamente, funcionan asociando aquello conceptuado a
uno u otro de los estratos de la fábrica de lo real, así
hay conceptos de lo orgánico,
de lo psíquico, etc...
Vamos
pues a sostener que lo estético, igual que lo eléctrico, funciona
justamente como juego de facultades, como relación entre esos
estratos y sus dispositivos -sean obras de arte o experiencias
estéticas, fuentes o transformadores- si bien pueden tratarse bajo
cualesquiera categorías, no pueden, de modo característico
reducirse a ninguna de ellas ni a sus conceptos
correspondientes sin perder lo que son: una carga relacional
dispuesta en un circuito.
…
Por
supuesto que no han dejado de aparecer intentos por descomponer el
circuito, segregando sus componentes e intentando explicar el todo
mediante una parte que, al ser separada del resto, podríamos
diseccionar mejor. De ese modo, podremos tener una experiencia
estrictamente fisiológica, o realizar un análisis específicamente
histórico o formal de cualquier obra de arte, limitándonos a
escuchar tales y cuales frecuencias de sonido, o combinar estos o
aquellos matices de escuelas y maestros, pero eso, siendo
perfectamente legítimo en términos epistemológicos,
ni constituye ni da cuenta propiamente de una experiencia estética.
Hablaremos, sin embargo, de una experiencia -y de una reflexión-
estética en cuanto incluyamos en el circuito al menos dos o tres de
estos niveles o estratos de percepción y sentido, y en cuanto lo
hagamos no de un modo acumulativo, como quien amontona fichas o
cromos, sino en la medida en que esos diferentes estratos se pongan
en juego mutuamente, hasta el extremo de que lo que aprendemos de uno
de ellos nos viene dado a través de otro completamente diferente...
1Citada
por Dennis Dutton en “But they do not have our concept of art”
en Noel Carroll (editor) Theories of art today, The
university of Winsconsin Press, 2000, pág 224
2Para
más información sobre la teoría de los estratos y las leyes que
los organizan vease el capítulo dedicado a ellos en este mismo
ensayo.
3Obviamente
no vamos a entrar en todo el idealista trapo implícito en la
argumentación hegeliana y su limitada concepción de la aparición
sensible como Oberfläche, superficie. Nos interesa ahora la parte
lógica, relacional de su argumentación y por eso lo traemos a
colación.
4W.
Biemel, La Estética de Hegel, Universidad de Colonia 1962, pág 150
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