Cuestiones
de panarquía y resiliencia en teoría estética.
People
do learn, however spasmodically.
C.S.
Holling
Resiliencia
es una palabra derivada de la raíz verbal latina “resilio-resilire”
con el significado de saltar hacia atrás o rebotar. Es de uso común
en el ámbito de la ingeniería, donde se utiliza para aludir a la
capacidad de cada material para volver a un estado inicial tras
sufrir cualquier orden de perturbaciones. Así
una vara de mimbre verde o una goma elástica serían ejemplos de un
alto grado de resiliencia, puesto que podemos estirarlas o doblarlas
con mucha más saña que a otros materiales y al cabo volverán a
estar como las habíamos encontrado.
La
resiliencia entonces es la capacidad de recuperación, el potencial
de reestructuración que tienen los materiales y las criaturillas
para no perder su propio norte ante diferentes perturbaciones. Pero
si fuera sólo esa la cuestión, entonces quizá estaríamos sólo
ante otra forma de aludir a la flexibilidad.
Ese
no es del todo el caso, al menos porque al pasar del estudio de
materiales al de las comunidades de modos de hacer de los que se
ocupa la ecología, la teoría de sistemas o la estética -sin ir más
lejos- se ha ido poniendo de manifiesto la estrecha conexión entre
resiliencia y complejidad: pronto se observó que los
ecosistemas mas complejos, es decir los que presentan un mayor número
de interacciones diferentes entre un mayor número de componentes
diferentes, poseían una cantidad mayor de dispositivos de
autorregulación y eso les hacía más flexibles y más sostenibles
porque eran más múltiple y diferenciadamente inteligentes.
Esto
suponía definir la resiliencia ya no como la capacidad de regreso a
“un” punto de equilibrio -único e inalterable para cada sistema,
sino el intento de hacerlo de modo adaptativo y relativamente
variable; en eso se hallaba la inteligencia específica de lo vivo:
la resiliencia.
En
otras palabras, los sistemas altamente resilientes se muestran
capaces de reaccionar de una manera generativa, produciendo y
autoproduciéndose gracias a múltiples cambios y reajustes entre los
elementos y los sistemas mismos que lo componen. La identidad de un
sistema no está entonces en ninguna sustancia o identidad inmutable
sino, como sabia Buffon, en su estilo, el juego de equilibrios
y compensaciones internas mediante el que se autoproduce.
Asi
las cosas, lo que nos enseña la teoría de la resiliencia y los
ecosistemas es que la pervivencia no está en absoluto ligada, o no
lo está únicamente, a la obcecación y el carácter
monolítico.Antes al contrario, diríase que la inteligencia de lo
vivo comparece acoplada con la complejidad autoorganizada,
susceptible de producir cambios en la composición interna, en los
equilibrios de fuerzas dentro de cualquier sistema. Eso hace que no
se puedan concebir jerarquías intocables.
…
Pero
una jerarquía tocable,
o cuestionable es una contradicción, un oxímoron.
“Jerarquía”, literalmente alude a los poderes o los principios
que son sagrados (hieros + arxe), o que se presentan como
tales. La resiliencia, como inteligencia de lo vivo, tenderá a
transformar cualquier jerarquía dada, por mucho que se presente a sí
misma como sagrada, en un conjunto de estructuras dinámicas que
faciliten y no agarroten los reequilibrios precisos.
Para
pensar esta crisis de la jerarquía, los ecólogos han recuperado la
vieja noción de Panarquía1,
que en origen se formuló para defender la coexistencia no
territorializada de diferentes tipos de gobierno, de modo que cada
cual pudiera escoger el tipo de orden en el que reconocerse.
Esto
suponía auspiciar la realización de tantos proyectos de autonomía
y tantas comunidades libres como dieran en surgir. Su imperativo
categórico vendría a ser: Vive como quieras, organizate para ello y
deja que los demás hagan lo propio2.
Pero
volviendo a la ecología, interesa destacar el juego metafórico que
Holling, Gunderson y otros autores han planteado para entender la
panarquía como el gobierno de Pan, el diosecillo griego de los
bosques, mediante el que se alude a una noción de la naturaleza que
es a la vez creadora y destructora, que arrasa y conserva a la vez, o
alternativamente. O dicho en las palabras de los que propusieron el
término:
Puesto
que la palabra jerarquía está tan lastrada por la índole rígida y
vertical del significado que suele atribuírsele, hemos preferido
inventar otro término que capta la naturaleza evolutiva y adaptativa
de los ciclos adaptativos que están anidados unos en otros a través
de diferentes escalas de tiempo y espacio. Hablamos de Panarquías,
tirando de la imagen del dios griego Pan que nos predispone a tener
presentes los procesos de destrucción y reorganización, a menudos
considerados con menos atención que los de crecimiento y
conservación... Sus atributos suelen ser descritos de un modo que
resuena con los atributos de las cuatro fases del ciclo adaptativo;
como el poder creativo y dinamizador de la naturaleza universal”
El
paradigma teórico de la Panarquía, daría centralidad a la noción
de ciclo adaptativo, cuyo recorrido completo incluye fases de
crecimiento y de disolución, de acumulación y de desgaste. No se
esforzaría por tanto, en definir un estado de equilibrio óptimo,
una especie de estabilidad jerarquicamente establecida o sancionada
sino que entendería lo vivo en su inserción en continuos ciclos
adaptativos que se suceden y se articulan entre sí, explorando
posibilidades que pueden ser o no abandonadas en función de sus
resultados.
…
Las
cuatro fases características de todo ciclo adaptativo podrían ser
denominadas con los términos: explotación, conservación,
disolución y reorganización.
La
fase de explotación es una fase de expansión rápida, como la que
sucede cuando una población encuentra un nicho fértil en el que
crecer.
La
fase de conservación es una fase de lenta acumulación y
almacenamiento de energía y material como la que sobreviene cuando
una población alcanza una capacidad óptima y se estabiliza durante
un tiempo.
La
fase de disolución puede ocurrir más o menos rápidamente cuando
una población declina debido a la irrupción de un competidor o un
cambio de las condiciones.
La
fase de reorganización puede también ocurrir con rapidez, como
acontece cuando ciertos miembros de la población son seleccionados
por su habilidad para sobrevivir pese a los competidores o el cambio
de paisaje que provocó la fase de disolución.
Pero
como hemos podido aprender a través de la teoría de catástrofes,
por ejemplo, estas fases pueden ser rápidas o lentas. Las fases
rápidas inventan, experimentan y prueban; las lentas estabilizan y
conservan la memoria acumulada de los experimentos pasados. Los
sistemas panárquicos no se pueden entender sin esta articulación
entre los momentos de cuestionamiento revolucionario y los momentos
de estabilización y conservación en la memoria del sistema.
Revolt
and remember... and be contextualized
…
Indudablemente,
los prestamos teóricos entre disciplinas tan distantes como la
ecología, la teoría de sistemas y la estética deben ser tomados
con precaución. No debemos dejarnos llevar por analogías
excesivamente fáciles ni forzar las semejanzas más allá de lo
sensato. Pero, incluso siendo cautos, parece indiscutible que algunas
nociones como la de complejidad, resiliencia o panarquía pueden
resultarnos fértiles en nuestro campo, no solo sin forzar por ello
el equilibrio teórico del pensamiento estético, sino antes al
contrario, abundando en las que han sido -históricamente- algunas de
sus líneas de indagación más características.
En
ese sentido, podríamos revisar la noción de “función estética”
de Mukarovski, acaso uno de los pensadores de la estética menos
sospechoso de intrusismo teórico. El teórico checo definía la
función estética como aquella que evitaba el establecimiento y
consolidación de ninguna de las otras funciones de un modo
excluyente y, por así decir, desertificador, evitando “que
se pueda manifestar la supremacía unilateral de una sola función:
la utilitaria o la suntuaria, por ejemplo, sobre las demás”.3
Esta
concepción de la función estética está, como es obvio,
estrechamente vinculada a la kantiana “irreducibilidad a concepto”.
La
noción de complejidad autoorganizada parece inherente al campo de la
producción artística y cultural tal y como se ha venido
construyendo en Occidente desde el Renacimiento. La noción de
autonomía de lo artístico, con todas las fluctuaciones y
modulaciones que cabe esperar, ha sido central para el desarrollo de
las artes y el pensamiento en Europa. Tenemos pues unos cuantos
elementos que nos permiten sostener que nuestra cultura será
sostenible en la medida de su complejidad, entendida como diversidad
esrtuctural y funcional... y su autonomía.
Y
ahí te quiero ver.
1El
concepto en cuestión fue presentado por el botánico, economista y
filósofo belga Paul Emile de Puyt, en 1860.
2John
Zube ha elaborado una especie de listado de mandamientos de la
Panarquía que se puede ver aquí:
http://www.panarchy.org/zube/gospel.1986.html
3Jan
Mukarovsky, El lugar de la función
estética entre las demás funciones, p.
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