Lo Emergencial
Pero al final va a ser que todo “no vale” y hasta los más fieros
adalides de la teoría del Actor-red como Latour o Law han dado en revisar sus
posiciones y empezar a pensar en lo que, de modo aun muy torpe, llaman una
“materialidad relacional”.
Sin duda, tanto psicológica como socialmente construimos conceptos y categorías, sin
duda nuestros juicios estéticos o morales son constructos, pero quizá quepa
pensar que esos constructos se levantan sobre bases que compartimos con otras
comunidades, con elementos que tenemos en común con otras culturas.
Acaso para dejar de una vez la mesa de ping pong, lo sustancial y lo construido no deban
ser puestos en una relación de contraposición sino de emergencia. Una emergencia que nos permita
pensar la continuidad y los saltos que van del entendimiento al juicio y la razón,
si nos ponemos kantianos, o de lo inorgánico a lo orgánico y desde ambos a lo
social e histórico, formando un gradiente cuyos cambios cuantitativos
introduzcan saltos cualitativos discretos. De este modo cada nuevo estrato, el
orgánico por ejemplo, reconoce su necesidad del estrato “inferior” como base o suelo
de su propio surgimiento pero no podría “explicarse” en virtud de las solas
leyes de ese estrato inferior. A eso le llamaba Nicolai Hartmann el “novum
categorial” y como es obvio resulta una gran herramienta para descartar de una
vez por todas la vieja y agria disputa entre los materialistas deterministas y
los voluntariosos idealistas: lo que emerge necesita del estrato inferior, como
del aire limpio y el agua clara necesitamos nosotros, pero nunca puede explicarse
en virtud de la sola legalidad que impera en ese estrato inferior.
Nuestras cuentas y nuestros ordenes tienen que tomar en cuenta las de los
estratos sobre los que nos apoyamos pero –querámoslo o no- introducen
posibilidades, niveles de recursividad, representación y consciencia que no
existen en ellos y que modifican necesariamente la configuración de nuestras
legalidades.
Esto se entiende muy bien poniendo en paralelo la escala
inorganico-orgánico-social con la escala teleomático-teleonómico-teleológico.
El ámbito de lo teleomático afecta a aquello que se pliega a fines de un modo, como su nombre
indica, automático, es decir sin introducir variaciones adaptativas ni
disposicionales. Para entendernos: si se lanzan al vacío -desde un séptimo
piso- un pensador materialista y uno idealista ambos caerán con una velocidad y
una aceleración similar, con independencia de lo que piense cada uno de ellos al
respecto. Ese plegarse a fines de modo relativamente automático es lo teleomático
y si alguna vez te encuentras, querido lector, con un esforzado defensor del
idealismo o el constructivismo radical no dudes en arrojarle desde cualquier
pedestal en que se encuentre para que constate por sí mismo la pertinencia y
alcance de la determinación material.
Ahora bien esta determinación material -teleomática- no tiene,
como es obvio, la última palabra. De lo teleomático, imprescindible e
inapelable en su nivel, emerge lo teleonómico, y en este ámbito sigue habiendo organización según fines, pero
se trata ya de una organización adaptativa: como es notorio, cualquier
criaturilla se organiza para atender a ciertos fines que si bien pueden ser tan
ineludibles como alimentarse o sobrevivir, admiten un cierto grado de variación
adaptativa en función del “nomos” de la ley interna de cada especie o
comunidad. El no resultar forzado, el poder seguir cada cual su propio nomos se
llama autonomía. Las criaturas dependen para su existencia misma de la
continuidad de un mundo inorgánico y de la persistencia de una causalidad teleomática
que les haga el mundo relativamente previsible y les permita aprender y
organizarse. Ahora bien y en esto consiste el “novum categorial” el hecho de
que las criaturas dependan de la existencia de lo teleomático no nos permite ni
mucho menos explicarlas atendiendo exclusivamente a sus leyes. Antes al
contrario, tendremos que estar atentos a la nueva legalidad que la autonomía y
la especificidad conductual de las criaturas importa y sin cuyo concurso no
podremos entender nada. Así nuestra pareja de pensadores caerá del mismo modo
si son arrojados al vacío, pero si en vez de ello les ofrecemos unos
ingredientes para que se preparen la comida harán su quehacer de modo
diferenciado y cumplirán sus fines desde su autonomía.
Pero tampoco aquí acaba la cosa, puesto que tampoco lo teleonómico
ni la autonomía pueden reclamarse
como un techo emergencial. Esto es así porque de lo teleomático y lo
teleonómico emerge lo teleológico. Aquí ya hay algo
más que un cumplimiento ciego de fines y más tambieén que una adaptación disposicionalmente
variable. Al comparecer lo teleológico nos encontramos con que hay una
ponderación, una crítica e incluso
una “invención”, es decir un encuentro, de fines. Por supuesto que es
imprescindible mantener este nivel dentro de las posibilidades demarcadas por
lo inorgánico y lo orgánico que siguen existiendo en nosotros, pero de nuevo ni
las leyes de lo uno ni las de lo otro “bastan” para explicar lo que sucede en
ese tercer nivel al que llamamos “teleológico”. A la condición
de las criaturas que lo habitan le llamó Kant “heautonomía” puesto que era una
autonomía de la que se armaba cada cual para determinar aquello que quería o no
quería hacer con su vida. Que haya existido falacias y abusos en el ámbito de
lo teleológico es innegable, tan innegable como que no por ello vamos a dejar
de poder sostener la pertinencia emergencial de dicho nivel.
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