El
arte es una resistencia
Podríamos
pensar que lo estético necesita que se pongan en relación
diferentes estratos de la fábrica de lo real, y que eso no suceda
sin algún tipo de resistencia, de estrechamiento por así decir, que
de pie a lo que Lukács denominaba un medio homogéneo, puesto que
sin un medio homogéneo que ofrezca una determinada resistencia,
puede haber carga, puede haber corriente, pero no somos capaces de
hacer nada con ella, del mismo modo que nada hacemos con un cable que
deja pasar carga: ni nos alumbramos para leer, ni nos da calorcito ni
nada de nada. Sólo pasa.
En términos
eléctricos una resistencia es un dispositivo convenientemente
aislado, con un marco a su alrededor por así decir, que es capaz de
recibir y procesar un quantum de energía determinado,
transformándola en otro tipo de energía.
Sabemos que hay una
resistencia, porque la energía en circulación no pasa como si tal
cosa. Algo sucede con ella porque hay una resistencia y lo que
sucede es precisamente esa transformación de una energía en bruto
en otra modalmente orientada.
Algunas resistencias
producen luz, otras producen calor o frío. Pero no podemos confundir
la luz, el calor o el frescor con la resistencia.
La resistencia es lo
que hace capaces a los diferentes dispositivos de generar luz, calor
o fresco.
El arte no es
tampoco esta o aquella resistencia, no es este o
aquel modo. Es siempre un repertorio relativamente abierto de
modos de distribución de nuestra sensibilidad. Que ese repertorio
esté relativamente abierto no significa que cualquier cosa en
cualquier momento pueda ser arte.
Cualquier cosa en
cualquier momento podrá ser arte en la medida en que de soporte o
vidilla a algún tipo de resistencia estética.
…
Que el arte sea una
resistencia nos permite pensar mejor una serie de problemas como los
relacionados con el estatuto político del arte. El arte tiene
efectos políticos, puede ser políticamente relevante en la medida
en que funciona como una resistencia y es por ello capaz de
transformar una cantidad dada de energía estética en otro tipo de
energía: política o ética por ejemplo.
Que esto suceda no
es en absoluto incompatible con el hecho de que la obra de arte deba
ser un dispositivo específico convenientemente aislado. Antes al
contrario, y como ya pusiera de relieve Adorno, sólo en la medida en
que es efectivo como resistencia estética puede también resultar
efectivo como un dispositivo ético o político.
…
Una
obra de arte es entonces una resistencia1.
Y, como sabe cualquier estudiante de electricidad, una
resistencia es directamente proporcional a la longitud e inversamente
proporcional a su sección transversal. Una obra de arte o una
experiencia estética pueden ser entonces alternativa o
simultáneamente, en mayor o menor medida, anchas y largas.
De su
“anchura” dependerá que el acceso a las mismas sea más o menos
fácil, más o menos generalizable en un momento cultural
determinado. Una resistencia muy ancha resultará menos exigente a
la hora de imponer condiciones disposicionales, nos exigirá una
formación menos específica o detallada y por tanto será
susceptible de acoplarse con un número mayor y más indiferenciado
de agentes estéticos. Por el contrario, tal y como una resistencia
vaya teniendo una sección menor, también será menor el número de
acoplamientos que será capaz de admitir. Cualquiera puede escuchar o
sentirse atrapado por una fuga de Bach a cinco voces, pero
seguramente sólo en la medida en que tengamos determinados
conocimientos sobre armonía y contrapunto y un oído especialmente
entrenado en este tipo de composiciones podremos acoplarnos de lleno
con la pieza en cuestión. Por el contrario, para escuchar con pleno
gusto el Vals del danubio azul, bastará con que “caigamos” en el
tiempo de vals, que captemos su peculiar ritmo y ya estaremos dentro.
En tanto resistencia, el vals es más ancho que la fuga.
Por
otra parte, de la “longitud” de la resistencia dependerá, en
gran medida, que la obra o la experiencia pueda embarcarnos en
procesos más complejos y articulados. Una sinfonía puede invitarnos
a un juego más complejo que una zarabanda. Si la anchura exigía
competencias específicas, la longitud exige tiempo y dedicación, si
es que no nos queremos salir del juego al que hemos sido invitados,
con el que nos hemos acoplado.
Por
supuesto que podemos pensar en cualquier combinación de anchura y
longitud. Así podemos encontrarnos con pieza extremadamente
estrechas, muy exigentes a la hora de limitar el acceso a las mismas,
pero que después no nos entretengan más que por un muy breve
periodo de tiempo.
Piezas
muy exclusivas o excluyentes: que exigen mucho pero que luego tienen
muy poco que ofrecernos y que como mucho aportan una cierta
distinción a aquellos que se han acoplado con ellas. Estas harían
las delicias de Pierre Bourdieu.
Asímismo
puede haber experiencias muy anchas, muy promiscuas por así decir,
pero que puedan acabar por tener longitudes increíblemente largas,
modificando profundamente la sensibilidad y la inteligencia de quien
con ellas se compromete. Se trata de ordenes de sensibilidad estética
y productividad artística que, prima facie, pueden parecer
sencillos, que se pueden llamar populares como el jazz, el
flamenco o los westerns... pero a los que pueden dar de sí, si se
atienden con cierto cuidado y se les da cuartelillo.
La
obra de arte de la gran tradición clásica, la obra de arte
canónica, obviamente, sería aquella que gustaría de presentarse
larga, por lo pregnante y durable de su trabajo modal, pero que
sostiene una difícil y mudable relación con la anchura de su
sección. Un poco como le sucede al sufragio restringido
transformándose en censitario y luego en universal para acabar
expulsando del cuerpo electoral a prácticamente la mitad de la
población que se siente alienada respecto del sistema establecido.
La obra de arte clásica, obviamente, se ha construido y se ha ido
defendiendo desde claros criterios de clase, desde las academias del
absolutismo a los salones de la burguesía, pero no ha podido
librarse de la exigencia de universalidad inherente a la Ilustración.
Se
puede sostener que aun nos encontramos en esta contradictoria
tesitura.
1Nosotros,
en distintas ocasiones, hemos visto el poema como un cuerpo
resistente, una resistencia formada por el avance de la metáfora.
José Lezama Lima,
Poesía, resistencia, tiempo; Confluencias,
Madrid 2005