Aunque la descripción de los cercamientos que hace Marx en
El Capital (http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm#fn43), se circunscribe a Gran Bretaña, estos obviamente no se limitaron,
en absoluto, a ser un fenómeno de la historia social y económica de ese país ni
tampoco de Europa Occidental en su conjunto. En la medida que constituyen uno
de los factores fundamentales de todo proceso de acumulación, los cercamientos
se han dado en buena parte del mundo y con diferentes formas siguen ahora mismo
produciéndose, por mucho que ahora no afecten tanto, o no sólo, a las tierras
de labor como a otros comunes tales como el acceso al agua, el conocimiento, el
genoma y por supuesto a los lenguajes artísticos y las formas de nuestra
sensibilidad estética.
Para ello será importante afinar la definición de los cercamientos,
para poder apercibirnos de todo lo que tienen en tanto procesos de
redistribución excluyente, y no solo de recalificación de determinados
regímenes de propiedad. Quizás si pensamos, como decía Hegel que la propiedad
no es sino un signo puesto sobre una cosa, se nos haga sencillo empezar -de
momento- a concebir los cercamientos como dispositivos de resemantización,
procesos mediante los cuales se eliminan determinados significados,
determinados usos y se sustituyen de modo más o menos violento y arbitrario por
otros cuyas características, como habremos de ver, son fundamentales para poder
llamar cercamiento a un proceso de resemantización cualquiera.
Los cercamientos lo son pues no sólo porque son maniobras
propietarias que modifican los signos puestos sobre las cosas, no sólo porque
son resemantizaciones, sino porque en un plano pragmático -taly como hemos
visto contar a Marx- suponen la expropiación de determinados comunes y la
expulsión y desacoplamiento de las comunidades asociadas a ellos.
Habrá que ver estos dos sentidos separadamente, puesto que
por un lado los cercamientos van a ser siempre una especie de golpe de estado
repertorial, un brusco movimiento de desposesión de la colección de objetos y
formas en la que tomaba pie determinada comunidad, proporcionando las
condiciones de posibilidad del modo de producción o la poética con la que están
conectados (1).
Por eso los cercamientos conllevan siempre una quiebra de
los modos de producción -así sean económicos o estéticos- vigentes, introduciendo,
a cambio, otros que de entrada parten de desposeer de capacidad instituyente
alguna a las comunidades afectadas.
Esto en parte sucede porque en un segundo e inmediato paso,
todo ataque repertorial masivo -como el que ejecuta un cercamiento- supone
necesariamente el desacoplamiento de las disposiciones, de las inteligencias,
saberes y competencias específicas que esa comunidad y sus individuos habían
ido elaborando y seleccionando a lo largo de generaciones. La inteligencia
queda entonces sin poder emplearse, desposeída del conjunto relativamente
coherente de formas con las que podía dar cuenta de si misma y sus
posibilidades. Queda descolgada como si nos hubieran quitado el suelo debajo de
los pies, como cuando tenemos una palabra en la punta de la lengua, pero esta
se obstina en no aparecer. Así las disposiciones desacopladas.
…
Planteemos entonces a modo de hipótesis: ¿y si la producción
artística y la sensibilidad estética pudieran haber estado sometidas a un
proceso continuado de cercamiento y concentración monopolista similar al que
Marx describe para el campo británico?
Si los lenguajes de patrones que habían regido y tramado
tanto la sensibilidad estética como la concepción, producción y distribución
artística constituían una serie de procomunes mediante los que un conjunto
relativamente amplio de personas organizaban sus vidas sensibles... ¿no habría
sucedido que en un tramo histórico determinado, y en buena parte coincidente
con el que trata Marx, esos comunes estéticos habrían ido siendo cercados y
expropiados, siguiendo ademas unas fases y unas proporciones de escala
seguramente comparables a las que Marx explica en relación a las tierras
cercadas por la Duquesa de Shuterland, por ejemplo.
Tanto en lo económico como en lo estético podríamos entonces
seguir un proceso de conversión de los terrenos de labor en pastizales y de
estos en cotos de caza. Donde antaño había cultivo y cultura para 3000 familias
-como era el caso en las tierras de la Duquesa de marras- tan sólo habría lugar
ahora para apenas 30 familias -ahora empleadas como pastores de ovejitas. Esa
sería acaso la situación y el cambio de rol y escala que sobreviene al arte
moderno: desde el romanticismo y la bohemia “fin de siglo” a las primeras
vanguardias. Estos artistas ya no pueden constituirse en comunidades extensas
de cultivadores -pese a los intentos de Arts & Crafts o la Werkbund, sino
que apenas pueden hallar acomodo como pastores de los rebaños de aficionados a
las bellas artes que frecuentarán los cercados pastizales de los museos y las
galerías de arte.
Pero no se detiene aquí el proceso puesto que al poco tiempo
-tal y como cuenta Marx- ya advirtió la Duquesa que podría ser más lucrativo
expulsar a las ovejas y los pastores y reconvertir las tierras antaño comunales
en un coto de caza alquilable, para cuya atención sólo emplearía a 3 familias
-los aguerridos guardianes del coto-. No se nos ocurre una forma mejor de
concebir el rol que artistas como Jeff Koons o Damien Hirst han venido
realizando en las últimas décadas: bajo cualquier aspecto que se observe sus
prácticas no se les puede describir más que como guardianes del coto de caza de
los muy ricos amigos de la Duquesa de Shuterland, cuyos herederos por cierto figuran -todavía hoy- entre
los diez mayores acaparadores de arte del mundo entero.
…
Por supuesto que no hay forma de leer a Marx sin poner en
juego la dialéctica.
Los cercamientos producen –algunas veces al menos- a la vez
un desacoplamiento y la oportunidad de nuevos acoplamientos, de nuevos
encuentros que la estabilidad repertorial del viejo orden había ido excluyendo
en su inevitable clausura o estrechez –más bien- operacional.
Dada una colección de objetos y formas y una serie finita de
disposiciones las combinaciones pueden ser muchas y variadas pero siempre se
verán contenidas en un determinado rango de posibilidades de la experiencia.
No hay construcción cultural sin contención modal, esto es
sin delimitación repertorial y especificación disposicional.
En buena parte de las lenguas latinas se mantiene la
relación etimológica entre paisaje, campesino y campo, mediante la raíz “pays” en francés o
“paese” en italiano. Se entiende entonces que los cercamientos son siempre una
especie de “dépaysement”, de despaisajización, una maniobra –como hemos visto-
por la que se arranca al habitante de su habitat y su habitus. En términos
sistémicos hemos definido el “paisaje” como una matriz de conflictos posibles.
Ahora se ve todo el alcance de esa definición: hay conflictos que ya no van a
poder plantearse, mientras que por el contrario es el cambio mismo de paisaje
el que va a hacer posibles nuevas formas y nuevas agencialidades conflictivas
que contribuirán, a su vez, a mover el paisaje.
No en balde era “dépaysement" justamente la palabra que
utilizaba Magritte para aludir a los procesos de extrañamiento para él
inherentes a toda operación de construcción artística o de recepción estética, sacudiendo
los significados y los usos, descontextualizando, sacando las cosas de quicio para
que puedan mostrarse en su materialidad más potente y no meramente como
aquellos residuos de sentido en los que nuestra rutina los había convertido.
Sin duda la cultura vanguardista ha tendido a exagerar esta
vertiente disposicional de lo generativo, en detrimento de la tendencia
–presente en muchas culturas tradicionales- a enfatizar la glosa de los repertorios consolidados; pero
sea como sea del mismo modo que Marx supo ver en los cercamientos al mismo
tiempo uno de los ataques más crueles a los modos de vida del campesinado y el
surgimiento de una nueva fuerza de producción social y política… tendremos
nosotros que esforzarnos por ver qué puede salir del desacoplamiento en el que
los cercamientos realizados sobre el ámbito del arte y la sensibilidad por los
especuladores y los viejos-nuevos ricos.
Si de algo no cabe duda, desde que Hamlet y Quijote lo
advirtieran, es que el mundo está fuera de quicio… La cuestión, ahora como
entonces es siempre saber ver qué nuevas fuerzas de producción asoman y se
empiezan a tramar gozosa y autónomamente.