domingo, 20 de enero de 2008

Black Hawk derribado

¿Qué derribó al Halcón Negro?


Existe un documental del “Canal Historia” significativamente titulado “La verdadera Historia de Black Hawk Derribado” –¿tan evidente es que la pelicula de Scott no es la “verdadera historia”?- que ilustra un episodio sucedido en Octubre de 1993.
¿Qué puede haber de interesante en una trifulca entre fuerzas especiales norteamericanas y milicianos somalíes sucedida hace ya casi 15 años?
Sucede que en torno al episodio en cuestión se despliegan dos vectores ideológicos que quisiera mostrar con algún detalle. Uno de ellos heredado de la Ilustración y la Modernidad y otro más que quizá sea, propiamente, el vector ideológico más característico de la postmodernidad.

Hablaremos, por un lado, de la ideología de la autonomía.
Por otro lado consideraremos la ideología del signo.
Obviamente iremos por partes.


“No estamos preparados para ver cómo los americanos pierden la vida”

Ya para Schiller y Moritz era evidente que nada había que pudiera ser un fin en sí mismo, aparte del Estado y de un modo extraño y paradójico el Arte. En algunos momentos cercanos a los inicios de la Ilustración, estuvo claro el carácter instituyente, procesual y abierto de esta apuesta por la autonomía que precisamente pretendía desalojar a los poderes instituidos de la potestad de “utilizar” los cuerpos de los subditos como si de partes sacrificables del propio cuerpo se tratase: del mismo modo que uno no duda en dejarse las uñas arañando la tierra para sacar unas trufas o unas patatas, el Estado o la Iglesia nunca han dudado en dejarse unos cuantos miles de subditos para sacar unas patatas o unas trufas al Estado o la Iglesia vecina. Es obvio que el programa político de los primeros ilustrados de Hume a Kant pretende ir haciendo inviable semejante consideración en función de la construcción del concepto de la autonomía de los pueblos y los individuos. Ahora bien, está claro que las distancias entre las inmaculadas intenciones y la pérfida Ideología nunca duraron gran cosa y poco después de la revolución francesa quedó claro, mediante los sufragios censitarios y restringidos por ejemplo, que la autonomía una vez se instituía dejaba de ser un ideal liberador para convertirse en un marcador de las diferencias entre los privilegiados y los pringados de la historia.
Todos los pactos son tramposos, pero aun contando con ello hay algunos protocolos que hay que mantener. En Occidente hay un contrato social, un pacto, según el cual el estado burocrático y el capitalismo de mercado se sostienen y obtienen sus prebendas sin vulnerar de modo ostensible la frontera que nos hace pensar que todos y cada uno de sus ciudadanos-consumidores somos sujetos de derecho, sujetos que bajo ningún concepto pueden ser instrumentalizados sin atender a ciertas reglas de decoro: uno entrega su vida a una empresa pero lo hace a cambio de un sueldo, otro muere en la guerra o en el tajo pero su muerte es convenientemente lamentada y hasta, si cabe, indemnizada.
Lo que no puede ser, lo que quiebra el pacto, es que el estado o el mercado abdiquen de sus obligaciones que sostienen la ficción de esa consistencia finalista de los sujetos del Primer Mundo. Te puedes alistar en los Cuerpos de Operaciones Especiales, obedecer ciegamente ordenes que implican la muerte de otras, muchas otras, personas, pero no por ello renuncias a tu dignidad de sujeto autónomo que no puede ser “utilizado” como si de un muñeco se tratara. Por eso es tan importante que no se abandonen muertos ni heridos en el campo de batalla. Uno lucha, cobra su paga y muere –si no hay más remedio- sabiendo que jamás se convertirá en un guiñapo en manos de la horda enemiga, del hormiguero humano indiferenciado e indiscernible sobre el que se está operando, al que se está matando, así sea por su bien.
Entonces una especie de misil táctico de bajo coste derriba el primer Black Hawk y lo que era una operación de castigo se convierte en una operación de rescate torpe y aparatosa. Hay que asegurar la recuperación de los cadaveres calcinados de los pilotos del aparato. Los demás helicópteros disparan munición del calibre 50 sobre “todo lo que se mueve”: el resultado al final del día serán 18 americanos muertos y unas cifras de somalíes muertos que los periodistas de investigación responsables del documentado documental se atreven a estipular entre 1000 y 10.000 -siempre es conveniente admitir cierto margen de error en las cifras obviamente-
Si ahora estamos hablando de esta operación no es, obviamente, por ese ligero desnivel en las bajas, sino porque abundando en lo inesperable, otro Black Hawk más será derribado por los chapuceros e impredecibles misiles somalíes. Caerá a dos kms de distancia del primero. Miles de somalíes se dirigen al lugar del impacto cuando dos miembros de la elitista Delta Force deciden bajar a tierra para proteger los cuerpos de los compañeros derribados. Cuando ellos mismos son abatidos se produce lo impensable: los superhombres, los mejores soldados de la tierra son ahora dos cadaveres en calzoncillos, gordos y blancuzcos, en manos de los alborozados, renegridos y flacos somalies. El mundo entero verá esas “imágenes” . El documental responsabiliza a las “imágenes” del cambio de política exterior de la administración Clinton y de las sucesivas administraciones norteamericanas, quizá hasta la presente crisis de Irak. “La fuerza de las imágenes puede por sí sola –dice uno de los Rangers- cambiar la política exterior de la Nación más poderosa del mundo”.


“Las imágenes cayeron como bombas”

Si recordamos la historia del soldado Gilad y el contraste entre su obvia individuación y la indiferenciación de sus contrincantes no hemos mencionado la importancia que a tal fin tiene la confluencia y saturación de signos: como nos recuerda un periodista desde Cuba (¡) „los medios de prensa occidentales se han encargado de divulgar la foto del soldado capturado, un muchacho de 19 años, con cara de niño y grandes gafas, que lo hacen parecer más un estudiante miope que el artillero de un tanque de guerra. Se ha publicado también el ruego del padre de Gilad para que liberen a su hijo sano y salvo. Lo que exigen los secuestradores del soldado es la liberación de las mujeres y menores de edad palestinos que permanecen presos en cárceles israelíes. ¿Han visto ustedes alguna vez la foto de alguna de esas mujeres y niños en la prensa internacional? ¿Han leído o visto ustedes alguna vez el ruego de los padres, esposos o hijos en los medios de prensa? Desde luego que no“
Pero ¿es esa presencia abrumadora de los signos suficiente por símisma para justificar las diferentes intensidades, por ser suaves, de la individuación de los ciudadanos?
Aquí entra el que podemos con justicia considerar como uno de los ideologemas más recurrentes de la postmodernidad, a saber, el de la intrareferencialidad textual de los signos y las imágenes, la sustantivación de los signos. La postmodernidad toda cree a pies juntillas en una especie de dominio de los signos, prácticamente autónomo de lo que con una buena dosis de ingenuidad política y metafísica podríamos denominar el “mundo real”.
Ahora bien, ¿acaso no corresponde ese dominio de signos autonomizados al dominio de los flujos de capital especulativo que operan en el “vacío” de su propia autorreferencialidad?
¿qué muestran y qué ocultan esos flujos de signos sustantivados’

En el caso que estamos analizando se ve con claridad que el dominio autónomo de los signos ejerce una doble función ideológica: oculta el funcionamiento arraigado –corporeo en relación a los cadáveres de los delta force- de los signos mismos a los que alude y al hacerlo hace difícil ver la operatividad de otros vectores que operan en estratos más hondos: así la petrificación de la autonomía que ha sido una de las promesas ideológicas clásicas de la modernidad.
Ni los signos literarios o mediáticos son autorreferenciales, ni la Bolsa lo es. La crisis en las hipotecas de alto riesgo ha arrastrado a la Inmaculada Bolsa en su caida y lo que de hecho hace efectivo el signo del soldado americano muerto en Mogadiscio no es su compacidad como tal signo ni su relación retórica con otros signos anteriores sino justamente la relación del signo y la carne, es decir, la presencia del cadaver real y no de un simulacro. En el documental se recoge con estupor el momento en que se anuncia la muerte del primer ranger –al comunicarlo por radio se quedaron todos en silencio… habia dicho lo impensable: uno de los nuestros podía morir. Asimismo cuando muere un Delta Force, se dicen:” era extraño decir que habia muerto y que no era un entrenamiento…Te producia pena oir a alguien gritando, no quiero oir nunca más a alguien herido gritando: esa es la gran diferencia entre el entrenamiento y la realidad”.

Este texto pretende iniciar dos reflexiones más amplias: una sobre el Contrato Social que nos hace individuos en Occidente y que excluye de los privilegios ontológicos derivados de la individuación a los demás pueblos y personas. “Salvar al soldado Ryan” es una muy interesante muestra de la formulación más ingenua y epatante de semejante Contrato.
Por otro lado el texto se abre a pensar la materialidad de los signos: sean cadaveres o crisis hipotecarias y el modo en que eso abre frentes que creo poco trillados.

Espero poder continuar ambas lineas de trabajo en breve.

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