Desde
que la lejana pero siempre firme mano de Margaret Thatcher trajera el
neoliberalismo a Europa, la precariedad ha tenido tiempo de
convertirse en condición inherente a la estructura de producción y
consumo característica del capitalismo de inicios del siglo XXI.
...
Es muy significativo
-y no tiene nada de paradójico- que la precariedad se haya
convertido en el rasgo más destacable de la sociedad más opulenta
de la historia. Vivimos rodeados de mil comodidades pero no somos
nosotrxs lxs que tenemos las comodidades sino más bien es al revés:
son las comodidades las que nos tienen a nosotros. Nuestro consumo
-como diría Thorstein Veblen-es un consumo vicario,
consumimos en el nombre de Otro, trabajamos, consumimos y nos
entretenemos a cuenta de Otro al que tenemos que rogarle
constantemente que nos permita seguir acoplados, cueste lo que
cueste.
….
“Rogar” es la
palabra adecuada puesto que está en el origen mismo del concepto de
“precariedad”. Lo precario es lo que se obtiene a fuerza de
ruegos, de preces -de la raíz latina prex-precis-.
Esa es sin duda la
clave de la condición precaria: que entendamos que no tenemos
derecho a nada, que aquello que conseguimos lo recibimos a fuerza de
rogar pero no porque nos pertenezca o porque estemos legitimados para
exigirlo. Cuando entendemos este vínculo, cuando entendemos con el
cuerpecillo que sólo tenemos aquello que se nos deja tener a fuerza
de ruegos, entonces no nos podemos extrañar de que nos lo quiten:
simplemente estábamos viviendo por encima de nuestras
posibilidades.
…
Una
de las características más relevantes de la precariedad consiste en
que nos aboca a lo podríamos llamar una carencia repertorial
sistemática. Dicha carencia se hace evidente cuando el conjunto
de lo que tenemos, de los elementos con los que contamos para
organizar nuestra vida se muestra como un conjunto de elementos contingentes,
esto es cuando se trata de elementos que no tienen porqué tener
nada que ver con nuestras necesidades del orden que sean. Decimos que
tenemos un buen repertorio cuando el conjunto de las objetivaciones
de las que nos rodeamos es un conjunto que tiende a ser completo
-atiende todas nuestras necesidades- y coherente, es decir dotado de
una razón interna, de una determinada proporción que podemos
reconocer y con la que podemos dialogar para hacerla más o menos
amplia, más o menos abierta.
Un buen repertorio
siempre es un indicio de un proceso de auto-organización sostenido.
La precariedad en
esta dimensión repertorial hace insostenible cualquier previsión,
llena nuestras vidas de lagunas y contradicciones -como decía Hauser
al hablar del manierismo- y vuelve inviable cualquier inteligencia de
nosotras mismas que no sea la de quien no tiene más remedio que
andar “a salto de mata”.
….
Esto nos lleva a la
segunda característica de la precariedad. Si la primera consistía
en una carencia repertorial sistemática, se tratará ahora de
entender la precariedad como un proceso de sobrecarga
disposicional. Todas sabemos que para conseguir cualquier cosa
debemos aplicar nuestras disposiciones, nuestros ingenios y talentos.
Cada cual los suyos. De modo que apoyándonos en lo que hay -eso son
los repertorios- podamos alcanzar lo que nos propongamos.
Por poner un ejemplo
muy valenciano: si tenemos tres cocineros y le damos a cada uno una
cesta repertorial con todos los ingredientes necesarios para cocinar
una paella. Como es de suponer cada cocinero dispondrá de dichos
ingredientes a su manera, dosifincándolos y procesándolos según le
dicte su experiencia o su conocimiento de los mismos. Así las cosas,
lo más normal sería que obtuviéramos tres paellas relativamente
diferentes... como sucede siempre que a un mismo repertorio se
aplican diferentes conjuntos de disposiciones.
Pues bien lo que
sucede en la precariedad es que las cestas repertoriales están
siendo saqueadas contínuamente y sus mejores elementos son
reemplazados por sucedáneos o por engendros que no resultan ni
remotamente dignos de ser considerados ingredientes de una paella.
Así las cosas
nuestros cocineros quedan obligados a explotar una y otra vez sus
disposiciones, a ser ingeniosos y reirse de sus propias gracias hasta
que la sonrisa se les congela formando un rictus que ya quisiera para
sí el mismísimo joker.
Cuando se
sobrecargan nuestras disposiciones, cuando se tienen que poner en
juego una y otra vez, cuando de modo creciente todo depende de ellas,
inevitablemente nos encontramos con una sobrecarga disposicional. Así
el gusto por lo nómada, por lo diferente y lo extravagante ha pasado
de ser un signo del discurso libertario sesentayochista... a
convertirse en la maldición de un modo de producción que nos fuerza
a ser los emprendedores -y los custodios- de nuestra propia miseria
tanto de la repertorial como de la disposicional.
…
Pero si rogar no nos
sirve de nada, de menos aun servirá lloriquear, por lucidas y bien
documentadas que sean nuestras lagrimas. El pensamiento no lo es
cuando se detiene y se amodorra con el espectáculo de sus propios
juegos de manos.
...
Seamos claros, ante
la precariedad no cabe otra estrategia que la de la
auto-organización.
Y la
auto-organización consiste precisamente en el proceso de
articulación de lo repertorial y lo disposicional.
Esto significa que
tendremos que definir de nuevo nuestras necesidades, deshacernos de
todo lo espurio, de todo lo que se empeñan en regalarnos y que no
hace más que entorpecer nuestros movimientos y volvernos borrosos.
Esto significa que
tendremos que ser activos, claro que sí, pero también que tendremos
que aprender a escuchar y a confiar en los demás para que la prisa y
el aluvión de nuestras disposiciones no nos saturen y nos hagan
aborrecernos a nosotras mismas.
…
Repertorios y
disposiciones como el agua y el fuego son incompatibles, pero
como dice el Wen Tzu, cuando
hay una caldera entre ellos, pueden utilizarse para mezclar sabores.
Que
las comunidades y las redes auto-organizadas sean la caldera en la
que podamos nutrirnos, crecernos y explorar tanto lo que podemos
hacer como lo que tenemos que hacer.