Pulchritudo
multiplex est
Giordano
Bruno
A
finales del siglo XX, uno de los problemas que dieron en acechar -de
modo más recurrente- a los intrépidos investigadores de la estética
fue la incontenible diversidad de sensibilidades, estilos, tendencias
y convenciones que daban y dan vidilla a nuestro campo. Como decía
el gran historiador y teórico W. Tatarkiewicz «la multiplicidad
de aquello que llamamos arte es un hecho; en diferentes períodos,
países, tendencias y estilos, las obras de arte no sólo tienen
formas diferentes, sino que cumplen funciones diferentes, expresan
intenciones diferentes y funcionan de modos diferentes”.
Si
además del arte, del que habla Tatarkiewicz, incorporamos el dominio
todo de la sensibilidad estética nos encontraremos con un campo que
no sólo es diverso sino que al hacer estandarte de la generatividad
y convertir en valor la experimentación y el juego de las
facultades, no puede sino seguir siendo cada vez más “diverso”.
Así
las cosas no es de extrañar, ni deja de tener su lado sensato, que
un número considerable de estudiosos hayan desesperado de la
posibilidad de formular algo así como una estética con
validez general para todos los fenómenos estéticos habidos y –ahí
duele- por haber.
También
Tatarkiewicz defendió la insostenibilidad de un sistema
estético universal. Estaban entonces las vanguardias arrancando,
pero ya para el joven investigador polaco, era evidente que siempre
iban a aparecer hechos y juicios contrarios a los que hemos elegido
para fundar nuestro sistema, hechos y juicios que –sin duda-
requerirían otro sistema y otros más sucesivamente y sin fin
aparente.
Siendo
así, si a la ya mencionada y apabullante multiplicidad de formas
artísticas y valores estéticos se le une la proliferación de los
diversos sistemas de valores. El resultado no puede ser más que un
lío descomunal, por lo cual - como hemos dicho- no es extraño que
muchos teóricos renuncien no sólo a la posibilidad misma de pensar
lo estético, sino que también opten por concepciones relativistas o
subjetivistas de los valores estéticos.
Pero
con eso ya no estaría de acuerdo nuestro héroe en este capítulo.
Tatarkiewicz, rechazó de plano estas concepciones como lo que son:
muestras de mentes apresuradas y un tanto embotadas. A cambio
sostendrá contra viento y marea que los valores estéticos no son
ni subjetivos ni relativos, sino que simplemente son numerosos y
susceptibles además de organizarse de formas diferentes.
Por
tanto si bien es cierto que puede resultar harto complicado construir
un sistema universal válido de los valores estéticos, no por
eso vamos a permitirnos pensar que todo vale ni mucho menos
que resulte de todo punto imposible pensar cómo funcionan las
constelaciones de valores estéticos.
Sostendremos
aquí –en la segura estela de Tatarkiewicz- que la estética puede
construirse y mantenerse como una disciplina unitaria sólo en la
medida en que convierta en su objeto teórico precisamente la
irresoluble pluralidad modal de experiencias y procesos que abarca.
…
La
estética modal, como si de una demonología se tratara, será
entonces una teoría de la distribución, un estudio cuidadoso
de los modos en los que la generatividad sucede en los más diversos
planos materiales y procesuales. No estará interesada en acotar y
limitar dichos planos, puesto que estos no van a dejar de proliferar.
Su trabajo consistirá más bien en elucidar las leyes modales que
organizan esa proliferación. Su posición, como la hubiera querido
el maestro Tatarkiewicz, es la de un pluralismo no relativista ni
subjetivo. Como siempre que se introduce la modalidad, esto supone un
radical cambio de plano ontológico y epistemológico que es preciso
entender adecuadamente.
Una
buena forma de intentarlo puede ser mirar al cielo, en cualquier
momento pero mucho mejor si podemos hacerlo en una noche despejada y
alejados de la contaminación lumínica de la ciudad.
¿Qué
vemos en el cielo?
Pues
de entrada no gran cosa, porque no tenemos la vista muy hecha a mirar
tan tan lejos, pero si tenemos paciencia y en verdad nos hemos podido
alejar lo suficiente del ajetreo lumínico de la ciudad, empezaremos
a ver planetas y estrellas, alguna nebulosa, la vía láctea acaso. Y
claro está, empezaremos a reconocer constelaciones, la osa
mayor seguro, a la menor la veremos dos o tres veces y es que
buscando ponerle rabo a la osa vemos más y más estrellas…las
constelaciones son muy útiles, ahora lo vemos.
Pero
claro, viendo el cielo sucede más o menos lo mismo que sucede cuando
se da en estudiar estética: como ya hemos visto muchas estrellas y
muchas constelaciones, muchos valores estéticos y muchas poéticas
–para entendernos- sacamos nuestro cuaderno y dibujamos
cuidadosamente lo que vemos. Y ya está, ya tenemos un mapa completo
del cielo. Un mapa completo de los valores estéticos y las poéticas
verdaderamente relevantes, que podemos publicar para orientación y
guía de perplejos.
Alguno
habrá que se compre nuestro mapa-libro de estética y se lo crea a
pies juntillas, sin molestarse en levantar la vista al cielo y
arriesgarse a coger un resfriado con el relente nocturno.
Pero
si alguien lo hace, es muy posible que disienta de nosotros: bastará
que salga al campo un día diferente del mes o a otra hora de la
noche para que nuestro mapa le resulte muy inexacto o del todo
inútil. Nuestro disidente observador se pondrá entonces a dibujar
su propio mapa del cielo y procederá a publicarlo en justo desafío.
Ya tenemos dos escuelas, muchos de cuyos adeptos seguirán sin
molestarse -a todo esto- en salir al raso y mirar al cielo.
Algunos
de los que lo hagan quizá tengan la suerte de poder aprovechar uno o
el otro mapa.
Otros
irán acaso un día y una hora en el que pueden aprovechar un poco de
un mapa y un poco del otro. Caerán entonces del guindo y se
proclamarán ecclecticistas.
Cuando
estén así las cosas: con dos mapas del cielo que no se pueden ni
ver y un tercero que intenta hacer componendas entre los dos -no se
si la situación os resultará familiar- llegará un turista inglés,
un señor muy educado y muy práctico a todo esto, y nos dirá que
no hay porqué exaltarse, que esto de las estrellas es “relativo”
y que ver unas u otras depende de cada cual: la astronomía debe ser
considerada como un discurso subjetivo.
Como
nos parece un poco floja la respuesta, le insistimos al señor inglés
y le decimos que necesitamos algo más sólido, quizá porque vamos a
hacer un largo viaje a pie o navegando y necesitamos orientarnos por
las estrellas. Ante nuestra persistente indagación, el turista
inglés, llama a un primo suyo de Chicago, el señor Georges Dickie,
y este zanja la disputa diciendo que si tenemos que diferenciar una
estrella de una farola o un avión y saber a qué atenernos el
criterio definitivo nos lo dará él, mandándonos una foto que sacó
hace tres años desde la ventana de su buhardilla y en la que ha
anotado cuidadosamente los nombres de las estrellas, su cotización
en el mercado y quienes son sus galeristas.
Algo
huele a podrido en este panorama teórico y el olor no viene de
Dinamarca esta vez.
Obviamente
aunque las estrellas sean las mismas, no vemos las misma franjas del
cielo todas las noches del año, ni todos vemos igual de lejos, ni
mucho menos las agrupamos de igual modo en todas las culturas: seguro
que los chinos ven las mismas estrellas, pero las organizan en
constelaciones diferentes y en vez de osas ven burritos comiendo
bambú. Pero eso no significa que no podamos estudiarlas ni que al
cabo las estrellas vengan a ser las mismas para todos…
Obviamente
las analogías entre la astronomía amateur y la estética llegan a
donde llegan, pero no deja de ser interesante constatar cómo estamos
dispuestos a asumir que del mismo modo que no podemos ver a la vez
todas las estrellas, tampoco podemos ver a la vez todos los
valores estéticos1.
Hay que asumir la limitación, la estrechez por así decir, de
nuestra mirada para el valor y no intentar –por tanto- construir
sistemas teóricos tomando en consideración sólo los
resultados de esa necesariamente estrecha y corta mirada, sino
aprendiendo a modular las limitaciones de esa mirada e investigando
las leyes gravitatorias –por así decir- que nos revelarán la
existencia de sensibilidades y obras, como cuerpos celestes que acaso
no podamos ver pero cuyos efectos e interacciones advertimos.
1
Pero que no por ello damos en engrosar las filas de los
que creen que todo es relativo, por supuesto que hay muchas cosas
que lo son: nuestras poéticas y sus hitos lo son, la forma concreta
en que agrupamos las estrellas en constelaciones y los nombres que
les damos también son relativos, pero las estrellas mismas como los
valores estéticos siguen ahí, los veamos o no.